No suelo pensar en ello. Pero uno de los cursos que influyeron en mi vida fue uno de historia.

Antes de ese curso, pensaba en la historia como una aburrida memorización de fechas. El padre «Bunk» Russell me enseñó que había mucho que aprender de la historia. Nos enseñó a «cuestionar» la historia. No sólo ¿qué ocurrió? ¿Por qué ocurrió? ¿Qué puedo aprender hoy y mañana?

Te invito a explorar conmigo en este momento, qué puede enseñarnos el ayer sobre el hoy y el mañana.

El Éxodo es nuestra historia

Permitidme empezar por el acontecimiento más importante de la historia de nuestros antepasados judíos: la Pascua y el Éxodo.

La historia del Éxodo es una de las más importantes e inspiradoras de toda la historia de la humanidad. Es una historia de liberación, redención y fe, y ha sido apreciada y celebrada por el pueblo judío durante miles de años. Un pueblo, una vez esclavizado por otro pueblo, fue liberado.

La Pascua es algo más que una comida. Es un recordatorio profundo de que Dios eligió amarlos. No se ganaron la bendición de Dios. Dios fue fiel a la promesa: «Yo soy tu Dios, y tú eres mi pueblo al que amo entrañablemente».

Leemos en Éxodo 12:4 que Dios les pidió que recordaran con regularidad el amor que Dios les tenía.

Por eso, hasta el día de hoy, cuando el pueblo judío se reúne en familia, no se limita a brindar por un acontecimiento pasado. Se pide a toda la familia, empezando por los más jóvenes, que recuerden y hablen de ello… que aprendan de ello.

Pero recordar el pasado encierra el reto de cambiar la forma en que vivirán en el presente y las generaciones venideras. Deben celebrar siempre en sus vidas el amor de Dios por ellos.

La última cena

La última cena de Jesús se inscribe en esa tradición de celebrar y aprender de la historia.

Es posible que los discípulos pensaran que se trataba simplemente de otra alegre celebración del pasado. Pero Jesús lleva la lección del pasado a la profundidad insospechada del presente y del futuro. Va mucho más allá de su sueño de liberación política.

Les dice: «¡Haced esto en memoria mía!». Recuerden mi vida, mi enseñanza y mi ejemplo. Yo era la «buena nueva». Recuerda que Dios te ama más allá de tus sueños más salvajes. Pase lo que pase, Dios sigue amándonos incluso cuando nuestros antepasados condenaron a muerte a Jesús.

Recuerda que yo, tu Dios, continué amándote a pesar de las cosas terribles que me hiciste.

Cuando recordéis esto, os sentiréis interpelados a amaros los unos a los otros como Dios sigue amándoos.

La conciencia de ser amado es contagiosa. La conciencia de ser amado lleva a la imitación… o, en el lenguaje contemporáneo, a «devolver el favor» o a la evangelización. Supera con creces las implicaciones manipuladoras de «si yo hago esto, tú debes hacer aquello».

La historia como pasado, presente y futuro

Cada vez que nos reunimos damos gracias por la demostración más asombrosa del amor de Dios en toda la historia. Amor incluso, y especialmente, a los enemigos, a los que son diferentes e incluso hostiles.

Esta acción de gracias por el amor incondicional que Dios nos ha mostrado individual y colectivamente nos exige un compromiso en el presente. Dar gracias significa darse cuenta en la práctica de que debo amar como Jesús nos ha amado… ¡incondicionalmente!

San Pablo lo entendió claramente cuando escribió: No hay diferencias ante Dios. No hay esclavo ni libre, hombre ni mujer, mexicano ni europeo, demócrata o republicano, etc.

Sacamos esperanza y fuerza de la creencia de que finalmente comprenderemos la plenitud cuando, con Jesús, rompamos las barreras del espacio y del tiempo.

Cuestionar nuestra historia y a nosotros mismos

¿Enfrentamos el reto de aprender del pasado, vivir el presente y mirar hacia un futuro eterno?

Publicado originalmente en Vincentian Mindwalk