Testimonio de sor Eponina da Conceição sobre la nueva beata Isabel Cristina Mrad Campos

por | Abr 12, 2023 | Formación | 0 Comentarios

Se revistió de belleza en su simplicidad y tomó a Jesucristo como su único tesoro.

Así invitaba a su madre en una de sus cartas: «Espero que sigamos queriéndonos más y más cada día que pase. Así construiremos nuestro pequeño mundo lleno de amor, paz y amistad».

No fue su muerte violenta lo que la convirtió, este 10 de diciembre de 2022, en la beata Isabel Cristina Mrad Campos, sino la vida sencilla, humilde, caritativa y vicenciana que vivió durante ¡sólo veinte años! ¡La palma del martirio fue el resultado de una vida recta, humana, ética, cristiana! Sus valores no se guiaban por tener y poseer «el mundo», sino por la búsqueda de ser pobre con los pobres, razón por la cual, durante su vida de estudiante, prefería la compañía de los compañeros más pobres y era amiga de todas.

Nació en una familia cristiana. Hija de José Mendes Campos, gran vicentino de Barbacena y de doña Helena Murad Campos, también de Barbacena. Su primer hijo fue Paulo Roberto Mrad Campos, y el segundo, una niña, Isabel Cristina Mrad Campos. Era una niña como las demás, alegre, llena de sueños, jugaba con ositos de peluche y muñecas…

Ya la había conocido cuando me enviaron en misión en 1974 al Colegio de la Inmaculada Concepción de Barbacena. Fue durante el comienzo de su 7º curso. Una estudiante entre las demás. En octavo, tuve la oportunidad de ser su profesora de portugués. Ese fue el comienzo de nuestro viaje. Bien educada, prudente, hablaba más con los ojos y la sonrisa que con las palabras. Su esfuerzo en los estudios superaba su inteligencia. Sus deberes siempre estaban al día.

Pasó el tiempo. Empezamos, además de la escuela, a hacer viajes vicencianos. El padre desarrolló un excelente proyecto de formación para jóvenes y adultos vicencianos de toda la región cubierta por el Consejo Central de Barbacena. Viajé con ellos y formé parte de este proyecto. Ella y Beto, su hermano, nunca se perdían un viaje. Era muy agradable observar a la familia vicentina, allí, en miniatura, buscando la formación humana, cristiana y vicentina para todos los vicentinos y consocios. Isabel era una presencia silenciosa, procuraba no perderse ninguna de las formaciones ofrecidas y ayudaba en la confección de recuerdos de las reuniones. Mi misión era ayudar a los jóvenes a encontrarse a sí mismos, a encontrarse con otros jóvenes, con sus familias y con Dios. Como directora espiritual en el Consejo Central, esta orientación se amplió a los jóvenes y a sus padres. Fue una búsqueda para vivir a la manera de san Vicente de Paúl lo que Jesucristo nos enseñó.

Toda formación sería en vano si no se basara en la familia, en la obediencia a sus padres, aunque no fuera lo que ella quisiera. Sus dos hijos, Beto e Isabel Cristina, llamaron la atención por sus cuidados para con sus padres. En la escuela participaba activamente en las reuniones de clase con el padre Anselmo Fracasso. Leyó e incluso hizo pequeñas tarjetas con los pensamientos del padre Roque Schneider, SJ. Le gustaban las canciones del padre Zezinho.

Su devoción a María era muy sólida. Llevaba en el dedo un pequeño rosario. Nada mostraba más allá de lo normal para una adolescente y una joven de su época, destacaba por guardar los verdaderos valores, era amable, obediente, gentil y fraternal. Frecuentaba asiduamente los sacramentos. La Eucaristía formaba parte de su vida como alimento tanto para los días bonitos como para los nublados. Supo acudir a Jesucristo y buscó respuestas a sus dificultades. Se ennovió con Taquinho. Era un noviazgo basado en el respeto a uno mismo y al otro.

Finalmente, su vida de estudiante en el CIC terminó en diciembre de 1980. Al final del tercer curso normal, sin poder asistir a la ceremonia de graduación, ya que su abuela paterna había fallecido la mañana del día de la graduación, regresó al colegio para recoger la carpeta con su expediente escolar y obtener su anillo de graduación. Me habló de sus planes, de sus exámenes de acceso a la universidad, de sus estudios, de su vida cristiana, de su vida profesional… Amaba la vida, a sus padres, a sus profesores, a sus amigos, ¡pero sobre todo a Dios!

Me trasladaron del Colegio de la Inmaculada Concepción a finales de 1980. Ella partió a Juiz de Fora, de allí al cielo, y ahora, después de tantos años, aquí está, en su silencio que grita tan fuerte: «¡Bienaventurada Isabel Cristina Mrad Campos», la juventud te necesita para ser más de Dios y de los pobres!

En conclusión:

  1. Entré en contacto con la beata Isabel Cristina siguiendo las huellas de san Vicente de Paúl, en mi gran deseo de ser una servidora de los pobres en misión, y su familia me ayudó a hacer realidad este sueño: vivir mi vocación en misión. Fui profesoar, directora espiritual de la Sociedad de San Vicente de Paúl en el Consejo Central de Barbacena, animadora y directora espiritual de grupos de Juventud Vicenciana, de los que siempre formó parte Isabel, así como su hermano.
  2. ¿Qué sentí cuando el Equipo de Liturgia me invitó a ser lectora en la beatificación? Me sentí muy agraciada porque, entre tantas personas que podían ser lectoras, el Señor me eligió para proclamar su Palabra, cosa que hice con gratitud, humildad y sencillez. Pensé en las muchas veces que ella, la beata Isabel Cristina, me oyó proclamar la Palabra en las reuniones, buscando la voluntad de Dios a través del discernimiento que brotaba de la Palabra. Creo que ha sido una buena oportunidad para llevar la Compañía de las Hijas de la Caridad conmigo. Allí, no era Sor Eponina la que estaba ante una multitud proclamando las hermosas palabras de San Pablo, sino todas las Hijas de la Caridad que forman parte de la historia de Isabel Cristina, la Compañía entera porque lo que hace una Hija de la Caridad, toda la Compañía lo es y lo hace con ella. Creo mucho en la pertenencia. Mis sentimientos: paz, alegría, sencillez, fe, gratitud a Dios, a la Provincia de Belo Horizonte y a la Iglesia particular de Mariana.
  3. ¿Qué les diría a los jóvenes? No tengáis miedo de ser buenos, de comprometeros con los verdaderos valores del Evangelio. Tened en cuenta que el cuidado del cuerpo, templo vivo del Espíritu Santo, es una misión recibida de Dios en el Bautismo. Cultivad buenos deseos y sueños. Alimentad estos deseos con la Palabra de Dios, trabajad por el Reino. Cuidad de vuestros hermanos y hermanas, especialmente de los pobres. Esta es nuestra herencia y son ellos quienes nos darán la llave para entrar en el Reino. Quienes aún no conozcan a san Vicente de Paúl y a santa Luisa de Marillac, echad un vistazo a estas vidas entregadas. Merece la pena. La beata Isabel Cristina bebió del agua buena de la fuente vicenciana. Quien quiera seguir a Jesucristo de verdad, que empiece por ser miembro de esta inmensa Familia Vicenciana. Como decía la beata Isabel Cristina: Hay que empezar en nuestro pequeño mundo: en la familia. ¡Lleva a Jesús a tu casa y no se derrumbará! Él es la única roca firme que nos sirve de cimiento. No confíes en lo que pasa. Son espejismos, se pierden con el tiempo. ¡Lo que realmente queda es la experiencia del amor-caridad!

Sor Eponina da Conceição Pereira, HC
Comunidad Virgem Poderosa – Curvelo -MG
Provincia de Belo Horizonte
Fuente: http://vocacaovicentina.blogspot.com/

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