Algunas palabras te acompañan toda la vida. A veces en el corazón. Otras veces quedan justo bajo la piel… como un motor silencioso que hace su trabajo sin que nos demos cuenta.
Hace más de cincuenta años, un muy respetado «sacerdote de la calle» de la diócesis de Brooklyn dijo algo que ha permanecido conmigo hasta el día de hoy.
«Cuando por primera vez fui a una de las zonas más asoladas de Brooklyn, pensé que estaba llevando a Dios a los pobres. Rápidamente me di cuenta de que Dios ya estaba allí. Era yo quien estaba en el territorio de Dios«.
Sus palabras me vinieron a la memoria cuando redescubrí una reflexión de John Prager, CM.
Quisiera compartir con vosotros algunas de sus reflexiones. Tal vez alguna de ellas se quede también contigo.
Dios nos espera entre los pobres
¡Nosotros no llevamos a Cristo al mundo! Al contrario, Él nos lleva a nosotros al mundo.
Los pobres tienen valor en si. No voy a los pobres solamente porque Cristo está presente allí. Voy a los pobres porque son mis hermanos y hermanas sufridos. Son la prioridad del Reino de Dios. Atiendo a los pobres por su dignidad personal.
Cristo nos llama a servir a los pobres, no sólo a los «pobres buenos».
Se pregunta si Cristo tenía en mente tales limitaciones.
Estamos hablando de los pobres buenos, los que van a la misa, viven una vida moral, comparten desde su pobreza. Pero creo que la llamada es de servir a los pobres, buenos y malos. No podemos limitar nuestro servicio para preguntar si las personas son dignas o no.
Aún los maleantes nos evangelizan. Nos llaman a amar a los no amables. Nos ponen en contacto con nuestro propio pecado y debilidad y nos invitan a ser compasivos.
Cristo nos invita a entrar en el mundo de nuestros hermanos y hermanas
Ser misionero es salir del propio mundo y del propio lugar seguro en el mundo para entrar en el mundo del otro… para acompañar a los pobres con el Evangelio.
Aquí no nos referimos necesariamente a un cambio geográfico, sino que ser misionero es adaptarse a la realidad de los pobres.
Es aquí donde las virtudes vicencianas adquieren un papel importante:
- la humildad para escuchar y acompañar sin ordenar;
- la sencillez para comprender mis verdaderos motivos con respecto a la misión;
- la mortificación para sacrificar algo de mí mismo por el bien de los pobres;
- la mansedumbre para resolver los choques culturales;
- la caridad y el celo evangélico expresados en el deseo de entrar en un mundo nuevo.
La oración no es algo que hacemos por Dios, sino que Dios hace por nosotros. Dios nos interpela, nos fortalece y nos indica el camino del amor, de la justicia y de la libertad.
La caridad no son sólo obras y proyectos. Es más bien un encuentro entre hermanos y hermanas.
Gustavo Gutiérrez dice: Dices que amas a los pobres; ¿conoces sus nombres?
Desgraciadamente es posible servir a los pobres sin escucharlos, sin darles el respeto de su identidad.
San Vicente y Luisa y todos nuestros héroes y heroínas de la Familia Vicenciana sabían que estaban en el terreno de Dios. Nos mostraron el camino.
Sabían que Dios les esperaba entre los que la sociedad desecha.
¿Se está cansando Dios de esperar a que comprendamos?
¿Cuándo he reconocido realmente a Dios en los pobres?
Publicado originalmente en Vincentian Mindwalk
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