Un amor más grande: recorrer la Cuaresma con la Madre Seton y Santa Escolástica

por | Feb 16, 2023 | Formación, Reflexiones | 0 Comentarios

A medida que se aproxima la Cuaresma, santa Isabel Ana Seton y santa Escolástica nos recuerdan que debemos examinar nuestros corazones y dar prioridad y cultivar un ferviente anhelo de Dios.

Altar de Santa Escolástica (1781): Pintura «Santa Escolástica» (Franz Joseph STOEBER, óleo sobre lienzo, 158×90, 1781).

Se acerca la Cuaresma. Eso significa penitencia, abstinencia, sacrificio.

Al menos eso pensamos.

Si pensar en la Cuaresma de este año te hace sentir abatido, oprimido —como si todas esas prácticas y sacrificios fueran sólo otra cosa que «hacer» además de todo lo demás—, es hora de volver a empezar.

Volvamos a lo básico. La Cuaresma es la preparación para la Pascua. Es la oblación del corazón, la purificación de todo lo que nos impide la alegría pascual. Y la Pascua es la ofrenda de la vida inimaginable de Cristo para nosotros.

Pero ya hemos recibido esa vida en el bautismo, lo que significa que la Cuaresma consiste en descubrir un don que ya se nos ha dado, algo que está sucediendo en nuestras vidas aquí y ahora. Se trata de encontrar a Cristo que se nos da hoy.

Y la respuesta más natural a este don es la oración.

Pero, ¿qué decir de la oración? ¿También suena difícil? ¿Es abrumadora? ¿Una obligación?

¿Recuerdas cuando te enamoraste por primera vez? ¿Era «trabajo» hablar con esa persona, «trabajo» encontrar tiempo para ella? Orar es estar con Aquel a quien amas. Así que, si la oración es trabajo, entonces también tenemos que dar un paso atrás. Tenemos que ir a nuestro interior para escuchar el grito del corazón. Tenemos que descubrir nuestra necesidad de Cristo.

Esa necesidad fue la fuerza que impulsó a santa Escolástica, la hermana del gran fundador monástico, san Benito, y eso es prácticamente todo lo que sabemos de ella, la pequeña historia que ilustra toda su vida.

Según cuenta san Gregorio Magno, Escolástica vivía en un convento bastante cercano al famoso monasterio de su hermano en Montecassino (Italia). Una vez al año, hermano y hermana se reunían para pasar un día de conversación espiritual en una casita a medio camino de ambos sitios.

La última vez que lo hicieron, poco antes de morir Escolástica, ella, tal vez presintiendo su próxima muerte, rogó a su hermano que se quedara más tiempo de lo normal, para hablar con ella hasta bien entrada la noche. Pero Benito insistió en que debía irse. La regla monástica (la misma que él escribió) estipulaba que no debía estar fuera del recinto del monasterio después del anochecer.

Al oír estas palabras, Escolástica apoyó la cabeza en las manos y rezó. De repente, estalló una tormenta tan violenta que Benito no pudo salir de la cabaña. Se volvió hacia su hermana irritado. «Dios te perdone, ¿qué has hecho?», le preguntó. Y ella respondió: «He deseado que te quedaras, y no has querido oírme; lo he deseado a nuestro buen Dios, y él ha accedido a mi petición». Benito, asombrado, se quedó el resto de la noche conversando con Escolástica.

Reflexionando sobre esto, Gregorio admite que el milagro obrado por Escolástica en aquel momento fue mayor que lo que Benito pudo hacer. ¿Y la razón? «Dios es amor» y «la que amó más, hizo más».

Pero, ¿cómo superó concretamente Escolástica a su hermano en el amor? No creo que podamos hacer de esto una cuestión de «personas contra reglas», como si el deseo de Escolástica de pasar tiempo junto a su hermano triunfara sobre el apego de Benito a las reglas del monasterio. Después de todo, la Regla benedictina no era otra cosa que una forma de formar a hombres y mujeres en la caridad.

No, creo que aquí ocurre algo diferente. A lo que debemos prestar atención es a cómo resuelve los problemas la Escolástica. ¿En qué encuentra su fuerza? En un momento en el que quiere pasar más tiempo con su hermano, no se lanza sobre Benito para que acceda a lo que quiere, sino que busca una respuesta en la oración. Consulta su propio corazón y lanza un grito a Aquel que la ama.

Los santos son aquellos que confiesan su cruda necesidad, que claman constantemente por el amor de Dios. Esta es la fuerza motivadora, la energía que les impulsa. Es esta pobreza la que atrae sobre ellos la misericordia de Dios, tan repentina y rápida como aquella tormenta.

Cabe señalar que nuestra primera santa americana canonizada fue una viuda empobrecida que, históricamente hablando, estaba flanqueada por hombres poderosos que dirigían diócesis y fundaban instituciones educativas. Pero fue a Isabel a quien Dios agració. Una pobre mujer con bocas que alimentar fue el recipiente del amor de Dios, comunicado a través de su caridad entonces e irradiado aún hoy por las hermanas que son sus hijas espirituales.

Todo esto provenía de que Isabel estaba en búsqueda del Señor. La fuente de su santidad era el deseo inagotable, casi obsesivo, que sentía por Él. Es el tema constante de su vida y de sus escritos.

Isabel, como Escolástica, nos muestra el camino. No podemos cruzarnos con estas mujeres sin que nos impacte su deseo, esa energía implacable dirigida a Aquel que las formó y las ama.

Sigámoslas en esta Cuaresma. ¿Sabemos que este amor es el centro de nuestra existencia? Y si no es así, ¿qué nos lo impide?

LISA LICKONA, STL, es profesora adjunta de Teología Sistemática en la Escuela de Teología y Ministerio de San Bernardo en Rochester, Nueva York, y es una oradora y escritora conocida a nivel nacional. Es madre de ocho hijos.
Fuente: https://setonshrine.org/

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