Jesús es el Hijo, por el cual Dios nos ha hablado a los hombres en esta etapa final. Los cristianos nos hemos de acercar a él. Tenemos que escucharle y ser lo que él dice.
Quiso Dios que se preparasen los israelitas para cuando bajara él al Sinaí a fin de promulgar la ley. Les mandó, por medio de Moisés, que mostrasen respeto. Por lo tanto, se habrían de purificar. Y no se les permitió subir al monte ni se podrían ellos acercar ni a su ladera.
Cuenta Mateo que Jesús sube al monte y promulga la nueva ley. Las turbas se quedan atrás, pero los discípulos no se dejan de acercar a él. No pasa nada que los pueda espantar. Y se conocen bien a sí mismos; admiten que no son dignos de él (véase Freund).
Parece, pues, que les vale más oír lo que dice Jesús que mantenerse ante él limpios de toda mancha. Quizá se puede decir que aceptan lo que quiere decir la presencia de Jesús en medio de ellos (la Eucaristía también, por lo tanto): ella «no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles» (EG 47).
Pero, claro, no solo se han de acercar a Jesús los discípulos, y no les basta con escucharle. Los que de verdad son discípulos cumplen también lo que les dice su Maestro. Le dejan contagiarles su amor abnegado. Es decir, se hacen al igual que el que no busca lo suyo, sino lo de los demás (véase Rom 15, 3). En unión con él, dan a conocer en su persona el mundo que está boca abajo al que apunta el Sermón de la Montaña.
¿Somos del pequeño resto, de los pocos que quedan del grupo de los que de verdad son discípulos? No hay duda de que el Sermón de la Montaña nos sirve de base para un examen de conciencia. Y me lo conceda Dios a mí, un anciano, descubrir, antes de que sea demasiado tarde, dónde se halla la verdadera dicha (SV.ES XI:57).
Señor Jesús, concédenos la gracia de podernos acercar a ti. Y enséñanos a obrar contigo para construir un mundo que esté boca abajo.
29 Enero 2023
4º Domingo de T.O. (A)
Sof 2, 3; 3, 12-13; 1 Cor 1, 26-31; Mt 5, 1-12a
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