El niño acostado en el pesebre tiene por nombre Jesús y es Hijo de María. Nos llama él a atesorar todo lo que oímos y vemos acerca de él.
El Salvador del mundo se nos da a conocer como nadie y nada bajo la forma de un niño (SV.ES VI:144). Un niño, sí, envuelto en pañales, cual otros niños, pero acostado en el pesebre. Y, por lo visto, los que lo contemplan, no pueden sino compartir lo que han visto y oído, y contagiar a los demás. Pues éstos, a su vez, se admiran de lo que se les dice. María, en cambio, no solo escucha. No deja de atesorar también «todas estas cosas» y meditarlas en su corazón.
Y resplandece ella como modelo para toda la Iglesia de quien escucha, mejor que nadie, y acoge y cumple la Palabra. Quiere decir esto que la Madre de Dios es Madre de la Iglesia también. Nos enseña a atesorar todo lo que vemos y oímos acerca de Jesús y a meditarlo en nuestros corazones. Y seguir el ejemplo de ella es tener lazos íntimos con Jesús (Lc 8, 20; 11, 27-28).
Esa estrecha unión, pacto, claro, no tiene que ver con la «circuncisión de la carne», sino con la «circuncisión del corazón». Pues lo que vale es escuchar a Dios y ser fiel a lo que él nos dice y nos enseña. Y para ser fieles, no nos basta con despojarnos de un poco de nuestra carne. Nos tenemos que despojar de toda nuestra carne y sangre, cual Jesucristo que nos da vida por su muerte (SV.ES I:320). Solo por tal despojo que se puede decir que nos viene bien el nombre de cristiano.
Pero no nos es fácil escuchar, ni menos, hacer lo que se nos dice y se nos enseña. No rara vez, nos resulta duro y no soportable lo que se nos dice y se nos enseña. Y no podemos captarlo todo de una vez.
Atesorar y meditar
Es por todo eso, sí, que no nos conviene solo escuchar. Hemos de atesorar también todo lo que vemos y oímos acerca de Jesús y meditarlo en nuestros corazones. Los que esto lo hacen reverencian lo que les da a conocer el Dios tremendo.
Y se les colma a ellos de bendiciones. Las proezas de Dios les hieren y penetran en el pensar y actuar. Por lo tanto, se les entra lo nuevo y admirable que Dios hace brotar. Logran también no hacer lo que los monos. Y acordarse más bien de «la alegría y la confusión, la dicha y el ansia» de la Navidad cristiana. Y vivirlas de forma personal y concreta.
Los atrae, por encima de todas las dichas, la mujer de la cual ha nacido el Hijo de Dios al cumplirse el tiempo. Y se hacen ellos cual ella. Está a disposición de Dios y del prójimo. Comparte ella también la alegría de los cónyuges, por ejemplo, y la pasión y la muerte de Jesús en la cruz. Dichosos, sí, los que no dejan de atesorar «todas estas cosas» y meditarlas en sus corazones. Pues les habla y les da a conocer Dios lo que pide él de ellos en concreto (SV.ES XI:398).
Señor Jesús, haz que seamos cual tu madre, siempre dispuesta a escuchar y atesorar las palabras de Dios y meditarlas en su corazón.
1 Enero 2023
Santa María, Madre de Dios
Núm 6, 22-27; Gál 6, 4-7; Lc 2, 16-21
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