En este momento especial del año en el que nuestros pensamientos se dirigen a dar las gracias, es apropiado reflexionar sobre las muchas razones que tienen los vicentinos para estar agradecidos.
Tal vez los dos más importantes sean la continua guía de la Divina Providencia, que ha actuado maravillosamente en favor de la Sociedad de San Vicente de Paúl durante los últimos 189 años, y la constante inspiración del Espíritu Santo, evidenciada tan bellamente por la forma en que los vicentinos responden cada día a los desafíos que enfrentamos al servir a los amados pobres de Cristo.
Tenemos el privilegio de participar en el milagro perpetuo de nuestra Sociedad: personas ordinarias que hacen cosas extraordinarias que devuelven la esperanza a los que no la tienen y cambian sus vidas para mejor. Nuestros innumerables bienhechores, cuya generosidad hace posible que podamos ayudar a tantas personas de tantas maneras, merecen también nuestra gratitud.
En el nivel más personal, yendo a la esencia de la espiritualidad vicentina, deberíamos estar agradecidos a aquellos a los que servimos por las bendiciones que nos otorgan y que transforman nuestras propias vidas.
Y lo que es más importante, nos tenemos los unos a los otros, algo que realmente hay que valorar. Amarnos y apoyarnos unos a otros mientras ayudamos a los pobres es una parte integral de nuestra misión.
Los vicentinos han sido agraciados por Dios para ser miembros de una familia en todo el mundo que vive la visión divinamente inspirada del beato Federico de una red global de caridad y justicia social. Debemos dar gracias a Dios por nuestra vocación vicentina, una bendición de valor eterno.
Y, en última instancia, cuán bendecidos somos con el don de la fe, y en esa fe el mayor regalo de Cristo: la Eucaristía. Qué apropiado es que «eucaristía» signifique «gratitud».
Fuente: https://ssvpusa.org/
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