Jesús es el el Ungido y Enviado de Dios para anunciar la Buena Noticia a los pobres. Ser de Dios y de Jesús quiere decir ser de los pobres.
Parece entrar en crisis Juan Bautista, y con él quizás todo el grupo de sus discípulos. Es que no le suena prometedor ni alentador lo que él oye en la cárcel de las obras de Jesús. Éste, al igual que aquél, no deja de anunciar, sí, que hay que arrepentirse.
Pero en vez de anunciar el juicio y el castigo inminentes, Jesús resalta la misericordia. Y debido a esto, él no parece ser el poderoso libertador que se espera que sea el Mesías. No, no puede ni el precursor del que ha de venir imaginarse un Mesías que no se manifieste tremendo. Que no juzgue, condene e imponga castigos severos.
Y al responder a Juan, Jesús deja claro que sus obras como Mesías nada tienen que ver con el poder y la fuerza. O con el dominio y la autoridad que asombran y espantan. Son más bien obras suaves de salvación, sanación y liberación.
En otras palabras, dice él que ser el Ungido y Enviado de Dios quiere decir anunciar la Buena Noticia a los pobres. Es por eso que recorre él pueblos y aldeas para enseñar y para curar las enfermedades y dolencias (Mt 4, 23; 9,35; Hch 10, 38). Llama también a los discípulos para que puedan anunciar la Buena Noticia (10, 1-5; Lc 10, 1-9).
Y las palabras y las obras del que no condena sino salva sorprenden a no pocos. Hasta ellas los hacen tropezar, sí, a unos de modo que se sienten defraudados. Pues Jesús no se centra en el juicio. No nos revela el rostro de Dios como juez duro y furioso (véase No Somos Bautistas). Nos revela más bien el rostro de Dios como Padre que nos ama y es compasivo.
Compartir la unción y misión de Jesús quiere decir anunciar la Buena Noticia a los pobres.
De más está decir que los cristianos compartirmos la unción y la misión de Jesús. Por lo tanto, nos toca anunciar la Buena Noticia a los pobres. Y esto lo tenemos que hacer «de todas las manera, de palabra y de obra» (SV.ES XI:393-398). Hemos de cuidarlos a ellos y de remediar sus necesidades espirituales y temporales.
Y debemos hacer lo que Dios nos dé a conocer que quiere que hagamos por los pobres. Después de todo, somos para él y no para nosotros. Fieles a él y pacientes, veremos el desierto alegrarse. Y veremos también la belleza de Dios en los rostros de los pobres. Y de ellos es el reino de los cielos. Además, el más pequeño de ellos es más grande que el que es el más grande de los nacidos de mujer.
Señor Jesús, eres el primero en anunciar la Buena Noticia a los pobres. Haz que compartamos de verdad tu unción y tu misión, y te sigamos en el servicio de los pobres hasta el extremo. Hasta entregar nuestro cuerpo y derramar nuestra sangre.
11 Diciembre 2022
Domingo 3º de Adviento (A)
Is 35, 1-6a. 10; Jas 5, 7-10; Mt 11, 2-11
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