Como vemos en la Inmaculada Concepción de María y en la vida de santa Isabel Ana Seton, cada uno de nosotros está hecho para un determinado propósito. No para «nada», sino decididamente para «algo» en el gran esquema del mundo y de toda su Gloria.
De todos los memoriales, fiestas y días santos que pueden caer en medio de los dos tiempos de penitencia y expectación de la Iglesia, ninguno parece tan perfectamente situado como la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, que se celebra el 8 de diciembre, y siempre cae cerca del comienzo del Adviento.
Es una buena ocasión para reflexionar sobre algo que no siempre creemos, pero que es verdad: que Dios tiene un plan para cada uno de nosotros, como lo tuvo para María, y que nosotros, como María, podemos confiar en él. Que si aceptamos el camino que Dios está trazando en nuestras vidas, sucederán grandes cosas.
Esto es algo que todos los grandes santos han comprendido, una verdad de la que santa Isabel Ana Seton —que vio trastocada su propia vida de joven esposa y madre y acabó convirtiéndose en una notable fundadora— dijo: «Sabemos que Dios nos da toda gracia, y gracia abundante; y aunque seamos tan débiles nosotros mismos, esta gracia es capaz de llevarnos a través de cualquier obstáculo y dificultad».
La fiesta de la Inmaculada Concepción, que cae dentro del Adviento, nos ayuda a recordar la Anunciación y a ver que, aun cuando María había sido creada para los claros propósitos de Dios (¡y qué semilla de santidad debe haber sido llevada a través de la propia ascendencia de María para dar lugar a este momento!) María, sin embargo, fue «cortejada», por así decirlo, por Dios, que no se limitó a adelantarse a ella, sino que buscó su consentimiento a través de Gabriel, su enviado angélico.
Esto tiene mucho sentido, porque todo el ser de Dios es un todopoderoso asentimiento, hasta el punto de que el universo sigue expandiéndose gracias a la fuerza de su «Sí» inicial de la creación.
María tenía libre albedrío: podría haber dicho que «no» al mensaje del ángel, pero al estar «llena de gracia», ¿por qué iba a hacerlo? En cambio, el «Sí» de la primera creación continúa en ella, sólo que esta vez, en lugar de las palabras «Hágase… (la luz, etc)» pronunciadas por Dios, es la criatura creada quien dice la Palabra al pronunciar «Hágase en mí…».
Son palabras que permiten que la obra del Creador siga adelante, y así la criatura coopera con el creador y se produce un segundo «big bang», más apagado, pero no discreto (¿qué hay de discreto en los ángeles, pastores y reyes?) y el mundo se crea de nuevo.
Todo esto es relevante para nuestra vida cotidiana, especialmente cuando miramos dónde estamos y nos preguntamos: «¿Cómo he acabado aquí?» o «¿Es esto todo lo que Dios tiene para mí? ¿He nacido para esto?».
La respuesta es ésta: ninguno de nosotros ha sido creado «para nada». Más bien, como vemos en la Inmaculada Concepción de María, cada uno de nosotros está hecho para un determinado propósito, no para «nada» sino decididamente para «algo» en el gran esquema del mundo y toda su Gloria.
«Cada uno de nosotros es el resultado de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido. Cada uno de nosotros es amado. Cada uno de nosotros es necesario», escribió el papa Benedicto XVI.
Esto no debería ser nuevo para nosotros, pero suele serlo, sobre todo cuando miramos los lugares cuestionables en los que hemos aterrizado, y los caminos incómodos que hemos recorrido. Si Dios tenía un plan, nos preguntamos, ¿era sólo para nuestra enfermedad, o nuestra monotonía, o nuestras vidas de anhelos insatisfechos, de potencialidades inexploradas, no desveladas o ridiculizadas fuera de nosotros?
«Estad atentas a la voz de la Gracia», exhortaba santa Isabel Ana Seton a su comunidad.
María, concebida sin pecado y dotada de abundancia de Gracia, quizás tuvo más facilidad que nosotros para decir «Sí» al plan de Dios para su vida. Rara vez percibimos que los ángeles que nos rodean nos den pistas sobre lo que Dios quiere de nosotros.
Y, sin embargo, nuestras vidas se parecen a la de María en esto: somos pensamientos de Dios, parte del plan de Dios, seres amados. Estamos dotados de las necesarias medidas de gracia, acordes con el plan de Dios, y provistos de gracias adicionales, según las necesitemos, si tan sólo las pedimos.
En este Adviento, tómate tu tiempo para considerar para qué has nacido: ¿cuáles son tus dones y bendiciones particulares? ¿Cómo los has utilizado? ¿Los has dejado de lado y, si es así, por qué? ¿Es porque tienes miedo o porque te han apartado de ellos? ¿Dónde podrías haber percibido que un ángel te ha lanzado una indirecta? ¿Cómo podrías conformar mejor tu vida a los misteriosos propósitos de Dios diciendo «sí» en espera de una promesa cumplida, en lugar de temblar en un «no» nacido del miedo, o de la vergüenza?
No tiene sentido esconderse de Dios. Él nos conoce desde nuestros comienzos, cuando cada uno de nosotros fue «tejido en secreto» en el vientre de nuestra madre (Salmo 139,13). Nos ha conocido tan plenamente y tan íntimamente como conoció a María en los primeros momentos de su Concepción, y nos ha dado lo que necesitamos para cooperar con Él dentro de su Nueva Creación, si sólo decimos «Hágase en mí según tu voluntad».
Porque Dios quiere nuestro consentimiento, como quiso el de María.
«La fe eleva el alma —escribió santa Isabel Ana—. La esperanza la sostiene, la Experiencia dice que debe y el Amor dice… ¡hágase!».
Amén. Que así sea. Que este pasaje de las Meditaciones sobre la doctrina cristiana del beato John Henry Newman se convierta en una meditación y oración de Adviento sobre el misterio de nuestra creación, y sobre el plan que Dios tiene para cada uno de nosotros. Sólo espera, como María, nuestro fiat:
Amen. Let it be. Let this passage from Blessed John Henry Newman’s Meditations on Christian Doctrine become an Advent meditation and prayer on the mystery of our creation, and on the plan God has for each of us. He waits only, as with Mary, upon our fiat:
Dios me ha creado para hacer un servicio determinado. Él me ha encomendado un trabajo, que no le ha encomendado a otro. Yo tengo mi misión. Tal vez no sepa cuál es en esta vida. Pero me será dicha en la próxima. Soy un eslabón en una cadena, un vínculo de conexión entre personas. Él no me ha creado para nada. Lo haré bien. Haré su trabajo, por lo tanto, confiaré en Él. Haga lo que haga, esté donde esté, no puedo ser despedido. Si estoy enfermo, mi enfermedad puede servirlo. Si estoy triste, mi tristeza puede servirlo. Él no hace nada en vano. Él sabe lo que hace.
Puede prolongar mi vida, puede acortarla; Él sabe lo que hace. Puede quitarme a mis amigos, puede arrojarme entre extraños, puede hacerme sentir desolado, hundir mi espíritu, ocultarme el futuro; pero Él sabe lo que hace.
¡Oh Adonai, oh Señor de Israel!… ¡Oh Emmanuel, oh Sapientia!, me entrego a Ti. Confío plenamente en Ti. Tú eres más sabio que yo, más amoroso conmigo que yo mismo. Dígnate cumplir Tus elevados propósitos en mí, cualesquiera que sean: obra en mí y a través de mí… Permíteme ser Tu instrumento ciego. No te pido ver, no te pido saber, te pido simplemente que me utilices.
ELIZABETH SCALIA es la galardonada autora de Strange Gods, Unmasking the Idols in Everyday Life (Dioses extraños, desenmascarando a los ídolos de la vida cotidiana) y Little Sins Mean a Lot: Kicking Our Bad Habits Before They Kick You (Los pequeños pecados implican mucho: dejar nuestros malos hábitos antes de que nos hagan daño).
Fuente: https://setonshrine.org/
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