Desde un punto de vista vicenciano: Gracias por salvarnos

por | Nov 24, 2022 | Formación, Patrick J. Griffin, Reflexiones | 0 comentarios

Al concluir este año litúrgico, celebramos la solemnidad de Cristo Rey. En el Evangelio del día, escuchamos cómo se ridiculiza a Cristo crucificado al final de su vida. Escuchemos la forma en que cada grupo se burla de Jesús.

Los líderes religiosos gritan:

«Salvó a otros, que se salve a sí mismo
si es el elegido, el Cristo de Dios».

Los soldados se mofan y se burlan mientras le dan a beber vino agrio:

«Si eres el Rey de los Judíos, sálvate a ti mismo«.

Incluso uno de los ladrones crucificados con él se une a la injuria:

«¿No eres tú el Cristo?
Sálvate a ti mismo y a nosotros».

Fíjate en el tema común de estas declaraciones. Escucha de nuevo:

«Salvó a otros, que se salve a sí mismo…».
«Si eres el Rey de los Judíos, sálvate a ti mismo
Sálvate a ti y a nosotros».

Piden a Jesús que demuestre su realeza salvándose a sí mismo. Esto, por supuesto, no rfleja el sentido de la realeza de Jesús y de todo su ministerio. Él no vino a salvarse a sí mismo, ¡vino a salvarnos a nosotros!

El llamado «Buen ladrón» nos enseña esa lección. Después de regañar al otro ladrón, se dirige a Jesús y le dice algo extraordinario.

«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».

He pensado mucho en esa frase. Me parece increíble pensar que este hombre crucificado pudiera creer que otro hombre crucificado era un Rey y tenía acceso a un reino. No —y puedes no estar de acuerdo conmigo en esto— creo que estaba siendo amable. Creo que quería decir algo positivo a Jesús y aceptar la noción de realeza que todos los demás negaban y se burlaban. Quería afirmar a Jesús en esos últimos momentos antes de que ambos cerraran sus ojos para siempre.

Sin embargo, no sabía hasta qué punto estaba afirmando la verdadera realeza de Jesús. Le estaba pidiendo a Jesús que lo salvara —que se acordara de él— mientras morían. Con sus palabras, estaba dando un regalo a Jesús, uno que nunca podría sospechar. Estaba permitiendo que Jesús expresara su realeza de manera poderosa y personal en estos últimos momentos de la vida. Estaba permitiendo que Jesús hiciera lo que había venido a hacer: salvar a los pecadores (que somos todos nosotros) y no a él mismo. El ladrón permite a Jesús decir las palabras que este condenado sólo podía esperar de la manera más extraordinaria que fueran ciertas:

«Te aseguro que
hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Todos nosotros anhelamos escuchar esta promesa al final de nuestra vida. La seguridad comunica la verdad de aceptar a Jesús como Rey, y vivir esa creencia. La súplica que recoge el núcleo de nuestra esperanza precede a esa promesa:

«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».

Al acercarnos a la celebración de la fiesta americana de Acción de Gracias, el año litúrgico nos recuerda el centro de Jesús en nuestra salvación. Debemos estar agradecidos.

Señor Jesús, ¡gracias por salvarnos!

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