El P. Vitaliy, misionero de la Congregación de la Misión en Ucrania, es también presidente del consejo de administración de Depaul Ucrania, organización que forma parte de la Familia Vicenciana mundial, y que está realizando una relevante labor auxiliando a los damnificados por la invasión rusa a Ucrania.
¿Cuándo y cómo surgió su vocación de misionero paúl?
Mi vocación de misionero maduró en el servicio a los pobres en las parroquias vicencianas a las que fui destinado en 1990 en Cárpatos.
En esa época no sólo me encargaba de la liturgia en la parroquia, sino que tuve la oportunidad de palpar la realidad con mis propias manos, porque cuando dejaba el templo trabajaba con los pobres, visitaba a los enfermos, a los ancianos, los apoyaba, organizaba diferentes acciones misioneras para ayudar a la gente que vive en las zonas más pobres. La ayuda concreta y directa a la gente me conmovía profundamente.
Recuerdo cuando, siendo un joven sacerdote de la Congregación de la Misión, ayudaba a las mujeres mayores de un pueblo a cortar leña, a acarrear agua: es parte del carisma vicenciano el dedicar tiempo a ayudar a la gente más necesitada.
¿Cuánto tiempo lleva en Ucrania y cuáles eran sus actividades misioneras antes del conflicto?
Soy ucraniano, pero mi formación tuvo lugar en Eslovaquia: unos 11 años de estudios teológicos y filosóficos, así como la escuela secundaria antes del seminario.
En 2003 terminé mis estudios en Eslovaquia y regresé a Ucrania. Fui uno de los primeros cohermanos ucranianos, junto con el padre Leonid, miembros de la viceprovincia de los Santos Cirilo y Metodio.
Después de este periodo fui destinado a Kharkiv, mi primera misión, en el este de Ucrania. Allí tenemos una parroquia que lleva el nombre de san Vicente de Paúl. Antes de la guerra desempeñé mi misión en Odessa y al principio fui responsable de la Asociación Internacional de Caridades (AIC) y de la Familia Vicenciana. Más tarde fui responsable de Comunità in dialogo, un programa de rehabilitación para toxicómanos.
¿Ha cambiado su condición de “misionero” bajo las bombas?
Los valores vicencianos guiaron mi vocación misionera: desde el primer día de la guerra mi misión fue organizar la ayuda humanitaria. Especialmente durante las dos primeras semanas en Kharkiv, que fue destruida y bombardeada en su mayor parte, las parroquias estaban abandonadas, así que me quedé allí para estar con la población y organizar la distribución de alimentos y medicinas para los que vivían bajo la iglesia, en el sótano, organicé un programa humanitario muy significativo en el este y el sur del país. Mi actividad misionera, mi ser misionero era estar con la gente, especialmente con los que viven en las zonas más necesitadas, en primera línea, como Kharkiv, presente no sólo con mis palabras, con el anuncio del Evangelio, sino también con cestas de alimentos, gestos concretos, y la organización de la ayuda a estas personas, organizando también una colecta promovida por la Familia Vicenciana.
DePaul, junto con la Familia Vicenciana, recaudó una cantidad considerable de dinero para alimentos y gasolina, lo que supuso más de 2.247 toneladas de ayuda humanitaria de alimentos y gasolina. Así pudimos ayudar a más de doscientas sesenta mil personas al principio de la guerra.
Gracias a mi vocación misionera, he podido colaborar desde el principio de la guerra con una organización no gubernamental, ayudando así a muchas personas. Mi vida misionera es verdaderamente misionera porque desde febrero de 2022 vivo en mi coche, viajando por Ucrania organizando encuentros con la gente y distribuyendo alimentos. Todavía sigo en la carretera y he recorrido más de 1.000 kilómetros por toda Ucrania.
Mi vida misionera se desarrolla cada día en diferentes comunidades católicas y comunidades de voluntarios; he viajado por toda Ucrania, desde el oeste hasta el centro y, sobre todo, el este y el sur, para reunirme con los obispos de las comunidades católicas y con la gente para escuchar sus necesidades, especialmente en las zonas de crisis.
En algunas ocasiones he salido del país para asistir a reuniones internacionales realizadas con el objetivo de llevar lo necesario a los ucranianos, a las personas necesitadas, especialmente antes del invierno. Hay proyectos de suministro de madera y de generadores eléctricos para que la gente pueda sobrevivir al invierno.
Me alegré de recibir al cardenal Kraiewski en nombre del Papa, que aportó su ayuda y visitó los hogares de Odessa y Kahrkiv. Estaba feliz de estar con nosotros. Dijo que se sentía cerca de la espiritualidad vicenciana, y, cuando estábamos junto a otros voluntarios explicando el sentido de la misión, dijo: “No es posible adorar a Jesús en la Eucaristía si Jesús sufre en los pobres; primero hay que ayudar a los que sufren y luego adorar a Jesús en su Cuerpo Místico”.
Esta es la enseñanza vicenciana de “Dejar a Dios por Dios”.
El Papa eligió el lema “Seréis mis testigos” (Hechos 1,8) para la última Jornada Mundial de las Misiones. ¿Qué significa para ti ser un testigo de Cristo, un testigo de su amor y su misericordia?
El mensaje del Papa significa para mí estar con la gente para dar testimonio de la fe con nuestra presencia. No importa si la gente tiene fe o no. Llega un momento en el que empiezan a hacer preguntas sobre Dios, sobre la fe, entonces puedes empezar a hablar del Evangelio.
Recuerdo que en la tumba de san Vicente, en París, se hay un cartel que dice: “Jesús pasó por el mundo haciendo el bien”. Para mí es lo mismo. Hoy día, esta frase significa: hacer el bien a los necesitados. Si en este tiempo de guerra hay quien mata a la gente, quien destruye las ciudades, es aquí, en este contexto donde estamos llamados a luchar por cada vida, a apoyarla espiritual y materialmente, a hacer el bien cada día.
Elena Grazini
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