Las más de siete docenas de composiciones musicales que se le atribuyen, recogidas en las colecciones Symphonia armoniae celestium revelationum y Ordo Virtutum, hacen de Hildegarda una de las compositoras más prolíficas de la Edad Media.
Hace tiempo que tenía pensado dedicar unas líneas a Hildegarda von Bingen, pero no siempre encontré el momento. Estos días, leyendo la reciente entrevista que el papa Francisco concedió a la periodista Maria João Avillez, entendí que el tema era oportuno y conveniente.
El papa Francisco sostiene que las mujeres en la Iglesia no son una moda feminista, sino un acto de justicia. Es cierto que el alcance de las palabras del Santo Padre es otro. No se refiere, naturalmente, a la existencia de mujeres en la Iglesia (que desde hace muchos siglos es habitual), sino al papel activo y decisivo que deben tener dentro de la jerarquía eclesial.
A lo anterior, con las adaptaciones necesarias, parece haber intervenido, aunque indirectamente, santa Hildegarde de Bingen, la monja que, según la historia, influyó en las decisiones de pontífices, reyes y emperadores.
Para algunos es más conocida, para otros menos, Hildegarda de Bingen (santa y doctora de la Iglesia desde 2012) fue una monja benedictina alemana, teóloga, mística, médica, poeta, pintora, dramaturga y compositora que, con la suerte de vivir una vida muy larga para una persona medieval, nació en 1098 y murió el 17 de septiembre de 1179.
Hija de los barones de Bermershein, a los ocho años decidió entrar en la vida monástica. Tras tomar los votos de clausura, fue elegida abadesa a los 38 años y fundó dos monasterios. De acuerdo a algunas de las principales biografías que se han escrito sobre ella, la fragilidad de su salud, unida a una fisonomía insegura y atormentada por una excesiva sensibilidad a las condiciones meteorológicas y a los fenómenos naturales, debió de despertar en ella unas capacidades extraordinarias poco comunes en los seres humanos.
Parte de estas capacidades se encuentran también en su actividad compositiva. En una época en la que el papel de compositor estaba prácticamente asociado al género masculino, su acción creativa musical se muestra algo rompedora.
De manera muy superficial, su gusto por la música como forma de contemplación la habría llevado a aprender composición y a tocar el salterio y el arpa.
Las más de siete docenas de composiciones musicales que se le atribuyen, recogidas en las colecciones Symphonia armoniae celestium revelationum y Ordo Virtutum, hacen de Hildegarda una de las compositoras más prolíficas de la Edad Media.
Desde el punto de vista musical, su forma de componer, mayoritariamente monódica y melismática, se distingue por el uso recurrente de tesituras de amplio espectro y de extensas frases melódicas, cuya finalidad es dar fuerza a las palabras. Como ha señalado el musicólogo Michael Gardner (2019): «para Hildegarda, el sonido y la voz ocupan el continuo que el alma recorre conectando providencia y destino».
Hay, pues, una continua sensación de plenitud diáfana, de encanto, cuando escuchamos las obras de esta mujer tan singular:
João Andrade Nunes
Fuente: https://www.padresvicentinos.net/
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