Jesús es el grito que nos trata de alertar de los riesgos que corremos. Pues vivimos en un mundo individualista y acaparador.
No pocas enseñanzas de Jesús, las paradójicas en particular, causan asombro y desconcierto. Por ellas, cautiva él a los que le oyen. Y los hace pensar también. Pues él los quiere alertar de los peligros, de los cuales no se dan cuenta muchos.
Y una de esas enseñanzas tiene que ver con su postura frente a las riquezas. Ella causa risa de burla en los que aman al dinero. Pues Jesús no es del parecer de muchos («paradojo» significa «lo contrario a la opinión común»). Discrepa él con los que toman las riquezas por bendición o premio que se les da a los buenos. Para él, de hecho, las riquezas representan peligros de que se ha de alertar la gente.
El peligro más grande es que las riquezas los pueden llevar a los ricos a creerse hijos de sus propias obras. A pensar que no debe nada a nadie, que todo se debe a sí mismos. Es el peligro del cual nos quiere alertar Jesús por medio de la parábola del rico poco sensato. Creernos productos de nosotros mismos es no conocernos a nosotros mismos. Y, ¿no es el conocernos a nosotros mismos el comienzo de ser sabio y de ser humano?
No, no es sabio ni humano perder de vista al que en quien vivimos, nos movemos y existimos. Ni sabios ni humanos seremos si negamos que nadie es una isla. Y sí, ¿qué tenemos que no hayamos recibido?
Más peligros de los que se les ha de alertar a todos
El Hacedor que dispone de la vida y de la muerte de todos nos quiere dar el reino. Pero ¿no lo rechazamos, en efecto, al no reconocer que dependemos de él más que de nadie? Con razón, tiene él a bien dar el reino a los pequeños, a los que reúne y de los cuales hace él un pequeño rebaño.
Y ellos, a su vez, se mantienen pobres y abiertos a Dios y a los demás. Su fuerza motriz, su tesoro, es el reino, pues si lo tiene, tendrán todo lo demás. Por causa de él, tienen la cintura ceñida. Es decir, ni las ropas holgadas ni las filacterias anchas y flecos largos les impiden entregarse pronto a su tarea. Y tienen ellos las lámparas encendidas; velan, están despiertos, se dan cuenta de lo que pasa. Se portan también de acuerdo con las exigencias del reino; dan en proporción a lo que se les ha dado y confiado.
Pues, sí, corremos el riesgo de desviarnos del camino a Jerusalén los que no vivimos conforme a las exigencias del reino. Y los que nos quedamos atololondrados, en el sentido moral, espiritual o jurídico. Los encerrados salvos y sanos, cual caracoles en su concha (SV.ES XI:397). Por supuesto, también los que nos agobiamos por nuestras necesidades básicas, y por nuestras ganancias, carreras y sedes de poder. Y cuidado, que por entrometer en el trabajo de los demás por el reino, terminamos con no hacer nuestra parte.
Señor Jesús, no nos ceses de alertar de los peligros que hay en este mundo y de hacer más firme nuestra fe. Haz que la fe nos lleve a conocer con certeza la promesa que se nos ha dado, y a no dudar de lo que esperamos. Concédenos ver en tu Cena la prenda de la gloria futura.
7 Agosto 2022
20º Domingo de T.O. (C)
Sab 18, 6-9; Heb 11, 1-2. 8-19; Lc 12, 32-48
0 comentarios