El trabajo y la oración según san Benito y la Madre Seton

por | Jul 11, 2022 | Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Al igual que san Benito, el padre del monacato occidental, la vida de la Madre Seton estuvo basada en la contemplación y en la acción. Fue una mujer de oración que puso todo su empeño en el trabajo al que Dios la llamaba, confiando siempre en la Gracia.

Lorenzo Mónaco, «San Benito admitiendo santos en la Orden», cuadro de 1407.

Así termina el hermoso prólogo de la Santa Regla de San Benito:

Vamos a instituir, pues, una escuela del servicio divino. En ella no esperamos establecer nada duro ni penoso. Pero si, cuando sea conveniente, para enmendar los vicios y conservar la caridad, se presenta algo un poco más severo que de ordinario, no abandones en seguida, asustado, el camino de la salvación, que necesariamente ha de iniciarse con un comienzo estrecho. Pues al progresar en la vida monástica y en la fe, dilatado el corazón, se corre con una dulzura de amor indecible por el camino de los mandatos de Dios. Así, pues, no apartándonos nunca de su magisterio y perseverando en su doctrina en el monasterio hasta la muerte, participemos con nuestra paciencia en los sufrimientos de Cristo, para que también merezcamos compartir con él su reino. Amén.

San Benito de Nursia, cuya fiesta celebramos el 11 de julio, es uno de los patronos de Europa, patrón —junto con San José— del buen morir y —de nuevo como José, el «Terror de los demonios»— de los que sufren ataques espirituales.

Hoy, la mayoría recuerda a Benito como el Padre del Monacato Occidental, cuya antigua Regla, que nos trasmitió alrededor del año 516, y que sigue siendo tan relevante para nosotros y nuestros tiempos que incluso las organizaciones seculares hacen referencia a ella cuando diseñan sus programas de formación de líderes.

En septiembre de este año se cumplirán 18 años desde que me hice oblato de pleno derecho en la Orden de San Benito (en pocas palabras, un oblato es una persona laica que vive según la regla de un instituto religioso). Mis deberes como oblato benedictino incluyen estudiar continuamente la Regla. Esto es algo que a veces (más a menudo de lo que me importa admitir) dejo de hacer, dejando de lado toda esa sabiduría cristiana en aras de pasar tiempo con Dickens o Austen o Pratchett. Pongo la excusa de que cuando lees y escribes contenido católico día tras día, «algo hay que ceder».

Benito, por supuesto, se anticipó a ese razonamiento en unos 1500 años, escribiendo en el capítulo 22:8 de la Regla, «… a los somnolientos les gusta excusarse». Se podría argumentar que cuando dejas de lado las escrituras, la lectura devocional o las obras instructivas como la Regla, has elegido volverte espiritualmente «somnoliento», y por lo tanto desatento.

Porque eso es cierto, yo solía sentirme culpable por esas veces que descuidaba una disciplina de mi oblación para sumergirme en la ficción.

Últimamente, sin embargo, he dejado de castigarme por ello, porque hay cierta validez en la noción de que el material espiritual puede llegar a ser tan excesivamente familiar que deja de hablarnos —o, más bien, ya no podemos escucharlo con claridad—.

Si nuestra lectura se vuelve indolente, no percibiremos también las indicaciones del Espíritu Santo, que nos guía en nuestros estudios. Los benedictinos leemos con atención, escuchando «con el oído del corazón», como invita Benito al principio de su prólogo. A través de esta Santa Lectura esperamos recoger un bocado destinado específicamente a nosotros dentro de nuestra lectio divina —esa frase o verso en el que se supone que debemos detenernos, reflexionar en oración, para nuestra visión personal y beneficio espiritual—.

Santa Isabel Ana Seton era todo menos «perezosa» y tampoco era de las que ponen excusas. Sin embargo, le atribuyo el mérito de haberme ayudado a no ser demasiado escrupulosa en la práctica de mi oblación.

Eso no quiere decir que tolerara las distracciones. De hecho, una vez escribió a sus hermanas: «Debemos cuidarnos de la disipación, y también de las [distracciones]». Pero siempre nos recuerda que la fe heroica no es algo que podamos conseguir por nosotros mismos, sino que sigue siendo totalmente competencia de la Gracia, que se nos concede, y que nos ayuda a crecer en santidad, aunque a veces flaqueemos un poco o seamos imperfectos en nuestras prácticas:

Es muy difícil llevar una vida de tanta contención si no se mantiene el ojo de la fe siempre abierto. La perseverancia es una gran gracia… ¿Quién [de los santos] ganó el cielo sin luchar? … Sin embargo, sabemos ciertamente que nuestro Dios nos llama a una vida santa, que nos da toda gracia, toda gracia abundante; y aunque seamos tan débiles por nosotros mismos, esta gracia es capaz de llevarnos a través de todo obstáculo y dificultad.

De este modo, la Madre Seton —por su confianza en la gracia a través de su sencilla humildad— me hizo darme cuenta de que, mientras siguiera leyendo con atención, en lugar de simplemente regodearme en mi propia imaginación, incluso una inmersión en la ficción inglesa del siglo XIX (o en la sátira inglesa del siglo XX) podría impartir nuevas y valiosas percepciones espirituales, si tan sólo continuaba leyendo, por así decirlo, con el oído del corazón, que es como Isabel lo abordaba todo.

Las congregaciones religiosas que fundó la Madre Seton son vicencianas en su espiritualidad y práctica. La opción preferencial de la Iglesia por los pobres destaca en la labor de estas comunidades, que construyeron orfanatos y prestaron servicios sociales a personas con dificultades mucho antes de que los gobiernos pensaran en hacerlo.

Sin embargo, en mi opinión, la naturaleza y el carácter de la Madre Seton eran fuertemente benedictinos. Ciertamente entendía el lema benedictino de ora et labora («reza y trabaja») a la perfección, como demuestra ampliamente el relato de su vida.

Como una benedictina, Isabel era una mujer completamente pragmática y práctica que sabía que tenía que trabajar con el mundo que tenía delante —el mundo tal como era— y lo hacía discerniendo primero a través de la oración hacia dónde la guiaba el Espíritu Santo, y poniendo luego todas sus energías mentales, espirituales y físicas en el trabajo necesario para llevar a buen término los propósitos de Dios, confiando siempre en la Gracia. Ciertamente, estas líneas —de nuevo del rico prólogo de la Regla (39-41)— habrían calado en la Madre Seton:

Like a Benedictine, Elizabeth was a thoroughly pragmatic and practical woman who knew she had to work with the world before her – the world as it was – and did that by first discerning through prayer what the Holy Spirit was guiding her toward, and then putting all of her mental, spiritual and physical energies into the work necessary to bring to fruition the purposes of God, always trusting in Grace. Certainly, these lines – again from the rich prologue to the Rule (39-41) – would have resonated with Mother Seton:

Al preguntarle al Señor, hermanos, por el que ha de habitar en su morada, hemos oído sus condiciones: cumplir los deberes del morador de su casa. Por tanto, debemos disponer nuestros corazones y nuestros cuerpos para militar en la santa obediencia de sus preceptos. Roguemos al Señor nos dé la ayuda de su gracia para superar lo que exceda a nuestra naturaleza.

Hoy celebramos la memoria de San Benito, por supuesto, pero en este día de fiesta recomiendo encarecidamente dedicar tiempo a conocer a santa Isabel Ana Seton, que parecía «entender» instintivamente a este Santo Padre de la oración y el trabajo, y personificaba ampliamente sus enseñanzas.

ELIZABETH SCALIA es la galardonada autora de Strange Gods, Unmasking the Idols in Everyday Life (Dioses extraños, desenmascarando a los ídolos de la vida cotidiana) y Little Sins Mean a Lot: Kicking Our Bad Habits Before They Kick You (Los pequeños pecados implican mucho: dejar nuestros malos hábitos antes de que nos hagan daño).

Fuente: https://setonshrine.org/

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