Yo era de esos condenados,
y mi castigo era el Calvario.
Nunca supe qué era paz,
siempre huí con mi viveza.
Yo era de esos maldecidos,
tenía un traje ensangrentado.
Busque el amor y se negaba,
pero lo hallé crucificado.
El Nazareno era el Señor,
y mis arterias se agitaban.
Ya mi boca disecada
aún clamaba su inocencia.
Ese Gólgota era grito,
era ofensa y hedor de muerte.
Ni un respeto para el Señor,
ni del otro condenado.
Aquellos sabios religiosos,
ya no hablaban tan hermoso.
Fue manantial el Coronado,
aunque yo agonizaba.
Fue Adoración su Santa Madre,
ella y yo mirando a Dios.
Qué dolor, yo fui ladrón
y qué ocasión robarme el Cielo.
Junto a mí y como yo
estaba un Rey sentenciado.
Y extendía su perdón
por esa Sangre que donaba.
Acuérdate de mí, yo le robé,
cuando estés en tu Reino.
Asaltado y entregado,
me dio más que un rincón.
Yo esperaba algo poco,
que me recuerde simplemente.
No esperaba un primer puesto,
y me habló como un amanecer.
Bendita compasión,
se olvidó de mi pasado.
Fui su amigo en el suplicio,
fui su última defensa.
Finalmente declaró mi salvación:
Hoy estarás conmigo en el Paraíso.
Yo lloré, Él murió.
Yo partí con mis piernas rotas.
Ese día se dio el feliz encuentro.
Ese fui yo, el Buen Ladrón.
Soy el primer citado por el Hijo de Dios
a compartir en las Alturas.
Suyo es el Paraíso,
como suya es la gran compasión,
como suyo es el Santo Perdón.
P. Pablo González Sandoval. C.M,
Chile.
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