Sin duda, mi identidad vicenciana se fundamenta en mis orígenes como parte de una familia cristiana, católica, de padres religiosos, siempre atentos a las necesidades, no sólo de sus hijos y de los más cercanos, sino de innumerables personas más alejadas de nuestra familia. El espíritu caritativo de mis padres siempre estuvo presente en la educación de sus siete hijos.
Mi vínculo con la Familia Vicenciana comienza con mi llegada a Caraça, en enero de 1957. Durante seis años de estudios en Caraça pude desarrollar no sólo las habilidades intelectuales, año a año, en el curso de Humanidades, sino también los valores espirituales, en la perfecta empatía con la vida de oración y la inmersión en el ritmo diario y constante de acciones formativas, inherentes al proceso de vida de un aspirante al sacerdocio. Mi primer contacto con san Vicente fue la lectura del libro «El pequeño pastor de Pouy», una breve biografía del Santo Fundador de la Congregación. Todo el contexto formativo en Caraça me hizo conocer y asimilar cada vez mejor el espíritu y los valores vicentinos. Después de seis años en Caraça fui al Seminario Interno, en Petrópolis, lo que me hizo avanzar en la construcción de mi identidad vicenciana, ya que el Seminario Interno o Noviciado era un tiempo específico de dos años para el estudio y la vivencia de los valores vicencianos, con vistas a la casi admisión en el marco de la Congregación de la Misión, mediante los primeros votos temporales. Fue un tiempo feliz de maduración espiritual, de crecimiento en la vida de oración y de inserción en la vida comunitaria. Recuerdo cada momento como la base de una espiritualidad cristiana y vicenciana que creció en mí durante los cuatro años siguientes en los que seguí vinculado a la Congregación y que me hicieron progresar espiritualmente en la vida, en el mantenimiento de una fe cristiana madura y consistente.
Después del segundo año de teología, en 1968, dejé la Congregación. Bien formado, sin embargo, en las huellas de San Vicente de Paúl, nunca me alejé de su espiritualidad, participando en las celebraciones de la Congregación, en la pastoral catequética en la parroquia de San José de Calafate y, desde hace 10 años, conviviendo con los seminaristas en las casas de formación, dando clases en lengua portuguesa.
Desde 2006, represento a AEALAC —Asociación de Antiguos Alumnos de los Misioneros Paúles y Amigos de Caraça— como su presidente, en el Consejo de Coordinación de la Familia Vicenciana, Regional de Belo Horizonte, factor que me identifica y me hace crecer cada vez más en la espiritualidad de San Vicente de Paúl.
Finalmente, en diciembre de 2017, exactamente en el día en que tuvo lugar la apertura del Año del Laicado en la Iglesia, recibí, a través de la Provincia Brasileña de la Congregación de la Misión, un diploma, que el Superior General de la Congregación me concedió, incluyéndome «entre los miembros de la Familia Espiritual Vicenciana, participando en los méritos de todas las oraciones, bendiciones, obras caritativas y apostólicas existentes en ella». Dicha distinción se debe, según la justificación existente en el diploma, al reconocimiento y gratitud del Superior General, en nombre de la Congregación, «a los amigos que, con sus gestos y sus obras, se han convertido en benefactores de la Comunidad de los Misioneros de San Vicente de Paúl».
La afiliación a la Congregación de la Misión, además de una gran emoción y alegría, constituyó un fuerte motivo para la profundización de mi identidad vicenciana y la vivencia de la espiritualidad y las virtudes del Gran Santo. Hoy confieso mi gratitud a Dios y a la Congregación de la Misión por la oportunidad de experimentar un conjunto de valores que forman el legado de la espiritualidad de San Vicente de Paúl.
Mariano Pereira Lopes
Fuente: https://www.pbcm.org.br/
0 comentarios