Jesús nos ama hasta el fin, hasta entregar su cuerpo y derramar su sangre, por nosotros. Ser de él quiere decir dar la vida por los demás.
Jesús no habla de forma expresa de la Santísima Trinidad. Solo nos comparte y nos enseña su experiencia de Dios como un Padre de bondad y amor. Éste, el solo que es bueno, no puede menos que derramar su bondad, su amor, por toda su creación.
Tanto ama Dios al mundo, sí, que da a su único Hijo (Jn 3, 16). También alimenta el Padre las aves del cielo y viste de gala los lirios del campo (Mt 6, 25-32).
Y si así cuida de las aves y los lirios, cuánto más atento está a nuestras necesidades. Pues valemos más que las aves y los lirios. De hecho, él sabe nuestras necesidades antes de que se las pidamos (versículo 8).
Así pues, lo propio y lo más natural de Dios es el no poderse sino desbordar o derramar, el ser Dios-con-nosotros. El gozar con los hijos de los hombres y llorar también con ellos. El estar cerca, sí, de los afligidos (Sal 34, 19), para que logren gloriarse en sus aflicciones y no defraudarse. Pues, al derramar su Espíritu Santo, Dios les contagia su amor. Tal amor los hacen salir victoriosos (Rom 8, 37).
Ungidos y enviados para dar la Buena Noticia a los pobres, para ayudar a derramar el amor de Dios
Todo lo que comparte y enseña Jesús de su experiencia de Dios forma parte de la Buena Noticia del Reino. Esa Buena Noticia es el por qué de su unción con el Espíritu Santo y de su misión a los pobres.
Pues, no cabe duda de que se da cuenta Jesús de que es Hijo de ese Dios bondadoso y compasivo. Después de todo, al bautizarse, vio abrirse el cielo y bajar sobre él el Espíritu Santo. Oyó también una voz del cielo señalarle como el Hijo amado, predilecto. Y a partir de esta experiencia se ha dejado llevar por el Espíritu Santo.
Por lo tanto, recorre Jesús los pueblos y aldeas. Enseña en las sinagogas, proclama la Buena Noticia del Reino, cura toda clase de enfermedades y dolencias (Mt 9, 35; Hch 10, 38). No, no ceja de derramar el amor por todas partes, hasta dar la vida por todos.
Nos decimos discípulos de Cristo. Pero, ¿somos de él de verdad? ¿Cargamos con sus duros dichos? ¿Hemos logrado captar el alcance de ellos? ¿Ya nos guía hasta la plena verdad el Espíritu de la verdad?
O, ¿es que aún confundimos su gloria con la fuerza, el cuerno, del becerro de oro? Es decir, ¿con las riquezas que codiciamos? ¿No buscamos aún la salvación en lo que nos plantea el Tentador?
Hemos de convertirnos aún y creer en la Buena Noticia si aún no captamos que la salvación viene del que cuelga de la cruz. Él nos salva de la destrucción y la ruina a las que llevan el egoísmo, la falta de compasión, y la codicia. Pues nos ama. A costa, sí, de sus brazos extendidos en la cruz y con el sudor su frente sangrienta (véase SV.ES XI:733).
Señor Jesús, danos tu Espíritu y no dejes de derramar en nuestros corazones el amor del Padre. Así participaremos de tu experiencia de Dios, de tu unción y tu misión, de la vida de la Santísima Trinidad.
12 Junio 2022
Santísima Trinidad (C)
Prov 8, 22-31; Rom 5, 1-5; Jn 16, 12-15
gracias.me interesa todo.