Jesucristo sube al cielo y da dones a los hombres. Él los quiere humanos de modo pleno, a la medida de su madurez plena.
Pedimos a nuestro Padre que está en el cielo que nos dé muchas cosas. Y todas la buenas cosas que pedimos se resumen en su don del Espíritu Santo (Lc 11, 13). Este don, por lo tanto, es el más grande y más precioso de los dones del Padre.
Es el don básico. Pues por él, los formados de la arcilla nos hacemos seres vivos (Gén 2, 7). Es decir, el Espíritu Santo es el don de vida. Y si no vivimos, ¿como podremos gozar de los demás dones, qué dones nos importarán?
Sí, dio el Hacedor el aliento de vida a lo que había plasmado del barro. Así lo hizo hombre vivo, la corona de su creación (Gén 1,26-30; Sal 8). Y les mandó al hombre y la mujer ser fecundos y multiplicarse.
Pero ahora exhala Jesús su aliento, su Espíritu, sobre sus discípulos y les da una misión. De ese modo, hace brotar el Resucitado la nueva humanidad. E inicia él también la nueva creación y los últimos días.
Capaces, por medio de los dones del Espíritu Santo, de tomar parte en los duros trabajos de la Buena Nueva
Sí, les da Jesús a sus discípulos una misión. Pues les dice: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y se les envía a los que, por miedo, se mostraron no del todo fieles a Jesús durante su pasión. Eran frágiles como las vasijas de barro. Pero él los perdonó cuando les dio el primer saludo de paz.
Y el segundo saludo da a entender que el envío tiene que ver también con la paz. Se trata de la paz de la etapa final, fruto de su muerte en la cruz (Ef 2, 16). De la paz en la profecía de Isaías: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas». De verdad, al final de los días muchos pueblos caminarán juntos a la luz de Señor (Is 2, 2-5). Y darán culto al Padre en Espíritu y verdad.
Les toca, sí, a los que ya conocen los dones de vida, perdón, paz, valor y alegría compartirlos. Pues los muchos dones son para el bien de todos. Ante los demás, los discípulos serán imágenes de Jesús así como él es imagen del Padre. Quiere decir esto que exhalarán el Espíritu que exhala Jesús, el mismo que inhalan ellos.
Vivirán, pues, por su muerte, morirán por su vida, se ocultarán en él y se llenarán de él (SV.ES I:320). Sabrán también que para morir como él, tendrán que vivir como él.
Rebosarán así de la esperanza, el amor, la comprensión y la compasión; contribuirán a que se entiendan las gentes, sean lo que sean sus lenguas. Así también, no dejarán ellos de comer la Cena del Señor; por lo tanto, no dejarán que pasen hambre los pobres.
Señor Jesús, llénanos de los dones del Espíritu Santo. Haz que hagamos oasis de los valles áridos mientras peregrinamos y buscamos la ciudad venidera.
5 Junio 2022
Domingo de Pentecostés (C)
Hch 2, 1-11; 1 Cor 12, 3b-7. 12-13; Jn 20, 19-23
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