El Domingo de la Ascensión (séptimo domingo de Pascua) conmemora no sólo la contemplación de la ascensión de Jesús al cielo (Lc 24,46-53), sino también la celebración de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Meditando sobre la subida de Jesús al cielo y sobre su promesa de enviar «fuerza desde lo alto» (Lc 24,49), la Iglesia, a «petición» del Concilio Vaticano II, se prepara cada año para celebrar el domingo de Pentecostés, reconociendo la centralidad del tema de la comunicación para recibir el Espíritu y ser enviada al mundo a anunciar la salvación (Lc 24,47).
En este contexto, desde 1967 la Iglesia presenta el tema de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (26 de septiembre), publica el Mensaje (24 de enero) y lo celebra en la solemnidad de la Ascensión del Señor. Al ser el único Mensaje del Papa que tiene este esquema, la Iglesia reconoce así no sólo su importancia, sino también la necesidad de un período más largo para profundizar en el tema de las comunicaciones sociales.
Y por si hubiera alguna duda, la pandemia de la covid-19 y la invasión de Ucrania por parte de Rusia han hecho aflorar la certeza de que vivimos en una sociedad de la información, basada en una cultura digital que pide a la Iglesia que se ocupe urgentemente de este tema. Nada debe sorprendernos, además, si nos atenemos a la palabra del Papa Francisco, que nos alerta de la nueva era en la que vivimos (Fratelli Tutti, capítulo I) y nos invita a la conversión pastoral (Evangelii Gaudium, 34) para responder a los signos de los tiempos a la luz del Espíritu Santo.
Así surge el 56º Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que tiene como tema «escuchar con los oídos del corazón», en el que el Papa Francisco centra su Mensaje en la importancia de la escucha. Después de leerlo, me atrevo a enumerar algunas características que me parecen especialmente relevantes.
- Escuchar con los oídos del corazón. Para una comunicación auténtica es necesario empezar por escucharse a uno mismo, reconociendo lo que nos hace únicos en la Creación: el deseo de estar en relación con los demás y con el Otro.
- La escucha como condición para una buena comunicación. Siguiendo el Mensaje del año pasado («Ven y lo verás», ir al encuentro del otro), este año el Papa Francisco subraya la importancia de detenerse pacientemente a escuchar al otro. Inmersos en una sociedad autorreferencial, corremos el riesgo de limitarnos a los monólogos (querer que el otro termine su pensamiento para poder imponer el nuestro) y no experimentar la comunicación como conocimiento del otro, con su rostro, sus historias como persona real, con sus expectativas y sufrimientos.
- Escucharse en la Iglesia. La escucha es el don más precioso que podemos ofrecernos unos a otros, dice el Papa acerca de la importancia de cuidar la escucha en la propia Iglesia. En efecto, se nos pide que valoremos la «pastoral del oído», como experiencia de comunión. En el contexto del camino sinodal, la escucha es el paso fundamental para cuidar la unidad, no como uniformidad, sino como pluralidad y variedad de voces que forman la polifonía y dan así testimonio de una Iglesia sinfónica.
Estas características, meditadas a la luz del carisma vicenciano, me hicieron pensar en la relevancia y actualidad de las virtudes vicencianas para el mundo de hoy. Propuestas por san Vicente de Paúl en el siglo XVII para el cumplimiento de la vocación vicenciana (evangelización al servicio de los pobres), creo que estas virtudes —simplicidad, humildad, mansedumbre, mortificación y celo— contribuyen poderosamente a poner en práctica el verbo «escuchar». En efecto, en una época en la que la tecnología, la velocidad, la emoción y el relativismo revelan al ser humano como dueño del eterno presente, sin memoria del pasado ni horizonte para el futuro, el anuncio de la Buena Noticia exige una conversión pastoral que ponga la evangelización al servicio de las angustias y las esperanzas humanas. Aquí reside, a mi entender, la riqueza de la actualidad de las virtudes vicencianas, entendidas como «desbloqueadores del encuentro», capaces, por ejemplo, de purificar todo tipo de ruido que nos impida escuchar con el corazón, de caminar lado a lado.
En la sociedad de la información, marcada por la era digital, he aquí una propuesta para vivir las virtudes vicencianas como experiencia de auténtica comunicación:
- La simplicidad que san Vicente de Paúl entiende como la capacidad de decir la verdad (RC, II, 4; CCD XII, 463) me recuerda inmediatamente su relevancia pedagógica y evangelizadora. Este tiempo de post-verdad en el que los gustos guían nuestras elecciones y vivimos desorientados por el volumen de noticias falsas y negativas, sin saber qué es verdad ni en qué confiar (véase el poder de la comunicación durante la invasión rusa de Ucrania), nos pide que seamos capaces de actualizar la simplicidad como medio para discernir la verdad. Discernir requiere trabajo, implica escuchar y tener paciencia, para caminar con la otra persona hasta llegar a la experiencia de la sinfonía. La simplicidad de corazón educa hacia la verdad.
- La humildad es el reconocimiento de que todo viene de Dios, nos dice san Vicente de Paúl (VII, 91). En este sentido, y teniendo en cuenta el mundo fragmentado en el que vivimos, actualizo esta virtud, empezando por comprender que la voz de la Iglesia es una más entre las muchas voces del mundo. Y entre esas voces puedo experimentar la humildad de escuchar y aprender del mundo, para saber leer los signos de los tiempos y descubrir allí la presencia de Dios. En este sentido me parece importante valorar dos dimensiones de esta virtud: que nos ayuda a reconocer nuestra fragilidad y pequeñez; y el descubrimiento de la belleza de una misión en red. En un mundo online, la humildad puede ser una mejora de nuestra misión como clave para escuchar las preguntas del ser humano de hoy. De lo contrario, seguiremos dando respuestas a preguntas que ya nadie hace.
- Una de las características de la mansedumbre que más me llama la atención en san Vicente de Paúl es cuando habla de ella como la capacidad de controlar la ira (XI, 475). Pensando en particular en la forma en que «habitamos» las redes sociales y en la medida en que podemos caer en la tentación de la emotividad, urge ser manso y reflexivo en los posts, comentarios y análisis que pueden mostrar una presencia personal e institucional superficial y parcial. Merece la pena evaluar nuestra presencia y contribución en las redes para la apertura al diálogo, la bondad, la belleza y la verdad. Sin una actitud mansa, corremos el riesgo de convertirnos en prisioneros de la dictadura del relativismo, gobernada, en este caso, por los algoritmos. No hay una vida en lo digital y otra en lo presencial: la vida es onlife o offlife.
- Llegamos a la mortificación. Una palabra que no debe de tener mucho éxito como hashtag, pero que adquiere, en mi opinión, una importancia significativa en la actualidad. Para san Vicente de Paúl representaba, esencialmente, el control de los sentidos y de la voluntad personal para vivir el desprendimiento y encontrar la voluntad de Dios (XI, 513). Actualizado para nuestros días, creo que puede contribuir a un sabio uso del tiempo. Y, ¡qué urgente es cuidar el tiempo y sacar tiempo para uno mismo, para los demás, para la casa común y para Dios! Sin un ejercicio regular de la mortificación, perdemos la oportunidad de cultivar el silencio, las relaciones y, en particular, la pertenencia a la familia o a la comunidad. Si Internet nos permite participar en comunidades de conocimiento, la mortificación, educada y practicada, nos lleva a experimentar comunidades con vida.
- Por último, el celo. San Vicente habla de esta virtud con una imagen: si el amor de Dios es el fuego, el celo es la llama (XI, 590). Esta descripción me lleva a identificar una de las mayores urgencias de la Iglesia (y de la Familia Vicenciana, por supuesto) para que el mundo conozca este fuego: la formación permanente, visible en la renovación de nuestro lenguaje. Se trata de reconocer que, sin celo, no es posible estar atento a los signos de los tiempos. Algo que, a mi entender, se traduce en la capacidad de reconocer la evangelización como el tránsito del púlpito a la mesa redonda en este mundo global. Un pasaje que tiene en el lenguaje su signo visible y que el Papa Francisco traduce como la pastoral del oído. ¿Nos hemos preguntado por qué los podcasts tienen tanto éxito, hoy día?
En un tiempo en el que el mundo parece vivir una carrera farmacéutica y armamentística, como respuesta final a las crisis de este tiempo, el Mensaje para la 56ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales propone un camino que reconozca al ser humano como imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26), donde la escucha se convierta en el primer e indispensable ingrediente del diálogo y la buena comunicación. Es la respuesta de la Iglesia, que pone en el centro el cuidado de la persona como hijo amado de Dios, que se realiza en el encuentro y en la relación. Y es también la invitación a la Familia Vicenciana a redescubrir el don de las virtudes como gramática comunitaria que participa de la comunión con la Santísima Trinidad, y como lenguaje que encuentra en el otro el rostro de Dios.
Pedro Guimarães, CM
0 comentarios