Jesús es Dios-con-nosotros. Se queda con nosotros por todo el camino que recorremos. Soporta él el peso que somos nosotros.
No tienen fuerzas los discípulos para sacar la red por los muchos peces que se han cogido. Pero no hay duda de que es un peso que les alegra a los pescadores. Pues al amanecer, al fin, tras pescar ellos toda la noche y no coger nada, se ha llenado su red de peces.
Tal pesca se debe, sí, al que ha señalado donde se hallarían los peces. Y resuta que el que les ha dado la pista a los perscadores es el Señor.
A él le reconoce primero el discípulo amado; su nombre no se menciona. Es que éste es todo verdadero creyente, el que es fiel hasta que vuelva el Maestro. Este discípulo está donde ha de estar, por ejemplo, al pie de la cruz. Lee y capta con acierto los signos, entiende lo que está pasando. Por lo tanto, ve él y cree. Sí, él es el primero de los que creen si bien ven signos no más y no al Resucitado mismo.
Este prototipo del discípulo de Jesús, sí, está con nosotros. Y al igual que Pedro somos. Pues llevamos el peso de nuestras traiciones. Y no nos podemos olvidar de ellas. Pues aun las brasas del almuerzo nos remiten a las brasas de negaciones (Jn 18, 15-18. 25-27).
Pero está con nosotros el discípulo amado para ayudarnos a soportar el peso de la carga que llevamos. Nos alienta y nos urge también a ceñirnos y a echarnos al agua para ir a Jesús. A seguirle hasta la muerte. Hasta que extendamos las manos y se nos ciña a nosotros y se nos lleve adonde no queramos.
El peso y el dolor de Jesús
Y el discípulo fiel que no se conoce por su nombre no es más que imagen de Dios-con-nosotros. No, no soporta Jesús vernos solos, que solos, trabajamos de noche, en las tinieblas, y fracasamos.
Se preocupa él de nosotros; somos su peso y su dolor. Su pasión para mejorar nuestra suerte es un peso en su corazón. No, no quiere que nos abrume ningún tipo de peso que llevamos. Su deseo es que andemos, al amanecer, en su luz, y carguemos con su yugo llevadero. Y que aprendamos de él, que él es manso y humilde de corazón, y descansemos.
Es decir, busca Jesús proveernos de alivio a los que estamos cansados y agobiados. Y así como nos alivia él, así también hemos de aliviarles a los demás cansados y agobiados. Éstos han de ser también nuestro peso y nuestro dolor (Abelly 637).
Pero, sí, una cosa es el comenzar a ser pescadores de hombres (Lc 5, 10-11). Y otra cosa el perseverar en serlo, junto con Jesús, amándole, más que queriéndole, con amor que solo él puede cuestionar. Dándole al Cordero degollado honor y gloria por apacentar y cuidar sus corderos y sus ovejas.
Señor Jesús, aliméntanos con tu cuerpo y sangre. Tendremos así fuerzas para quedar en tu camino y soportar el peso de nuestras cargas, hasta que vuelvas. Y concédenos sufrir contentos por tu nombre.
1 Mayo 2022
3º Domingo de Pascua (C)
Hch 5, 27-32, 40b-41; Apoc 5, 11-14; Jn 21, 1-19
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