Jesús es la compasión divina en persona. Por lo tanto, él está listo para perdonarnos a los que logramos recapacitar y convertirnos.
Hemos de recapacitar todos y convertirnos para que no perezcamos. Pues nos extraviamos todos, los de Galilea o de Jerusalén. Los que nos decimos hijos menores o mayores. Los que somos de los publicanos, con los cuales come Jesús, o de los fariseos que no quieren que él lo haga.
Y se nos urge a recapacitar para huir de la miseria en la que nos hemos sumido. También cobramos ánimo, pues nos acordamos de la bondad de Dios, hecha carne en Jesús. No hay razón para que no comamos de su cosecha, de su mesa, para que vivamos cual los cochinos o que perezcamos.
Así que nos ponemos de camino adonde está el Padre bueno. Y él, a su vez, nos espera; siempre está listo para acogernos. Debido a su amor que no tiene límites, no parece capaz él de recapacitar que se está haciendo un consentidor.
No, no hay duda de que no pocos le tachan de consentidor. Es que a los hombres nos cuesta captar su amor. Es por eso que hay tal recriminación como la del hijo mayor. Lo que queremos decir es que el culpable es, más que nadie, el Padre. Y, ¿qué culpa le echamos en cara?
Es la de respetar él nuestra libertad y nuestras decisiones. La culpa de amarnos él con amor eterno y de no cejar de ser compasivo (Jer 31, 3).
Y no se puede negar la acusación. Pues si no fuera culpable él, no velaria por la venida de los hijos perdidos. No nos dejaría olvidar nunca nuestros pecados, sino que siempre nos guardaría rencor. También nos pediría cuentas y nos castigaría.
No recapacitar Dios quiere decir salvación para los capaces de recapacitar.
Pero la verdad es que nuestro Padre compasivo está siempre alerta para salir al encuentro de los extraviados, para abrazarnos y besarnos. No nos impone penitencia. Ni nos deja completar nuestras confesiones; nos ahorra más vergüenzas.
Es que lo que le preocupa más que nada es nuestro bien, nuestra dignidad. Para alegrarse, por lo tanto, le basta con que los muertos vivamos. Y le basta con que se nos halle a nosotros los perdidos para que se celebre un festín.
Y el festín es para todos los del hogar y los vecinos. Lástima que se nieguen a recapacitar y a entrar los que a los cuales no les gusta ser amigos de los pecadores ni comer con ellos. Los que oran a Dios y le dice: «No soy como ‘ese publicano’, ‘ese hijo tuyo’ … » (Lc 18, 9-14).
Así pues, queda claro que hemos de recapacitar todos. Hemos de amar para no estár en las tinieblas, en la muerte (1 Jn 2, 9. 11; 3, 14). Nos toca pensar y actuar cual hijos de Dios, no cual esclavos (Rom 8, 15).
Y se nos ha de fijar que hasta que entremos todos, no habrá un solo culto en Sión ni hará Dios el pacto con Israel y con Judá (Jer 31, 6. 31). Ni nos reconcilaremos con Dios y los unos con los otros por medio de Cristo; su sangre sella la nueva alianza.
Señor Jesús, haz que nos aliente a recapacitar y a convertirnos la misericordia de Dios que tú encarnas. Y llénanos del espíritu de compasión para que seamos tus imágenes (SV.ES XI:233).
27 Marzo 2022
4º Domingo de Cuaresma (C)
Jos 5.9a. 10-12; 2 Cor 5, 17-21; Lc 15, 1-3. 11-32
0 comentarios