Las hostilidades en Ucrania no son algo nuevo: en 2014 comenzó el conflicto bélico en el este del país, entre los pro-rusos y los ucranianos. Miles de vidas se perdieron ya entonces y en los años siguientes.
En 2016, en un encuentro histórico del papa Francisco con el patriarca ruso Kiril, ambos firmaron una declaración conjunta que, entre otras cosas, decía:
Lamentamos el enfrentamiento en Ucrania que ha causado ya muchas víctimas, sufrimientos innumerables a sus pacíficos ciudadanos y que ha llevado a la sociedad a una profunda crisis económica y humanitaria. Invitamos a todas las partes en conflicto a tener prudencia, a la solidaridad social y a trabajar para construir la paz. Instamos a nuestras Iglesias en Ucrania a trabajar para lograr la armonía social, a abstenerse de participar en la confrontación y a no apoyar un ulterior aumento del conflicto (nº 26).
El 16 de marzo de 2022 se han reunido nuevamente los dos líderes, por videoconferencia, para tratar sobre la invasión que está sufriendo Ucrania por parte de las tropas rusas. Es bien sabido que el patriarca ortodoxo ruso Kiril se ha negado hasta el momento a condenar el ataque, y ha manifestado su proximidad a Vladimir Putin, calificando incluso esta guerra como «santa».
No se puede minusvalorar este encuentro entre los dos líderes religiosos. Sin embargo, las posiciones siguen muy alejadas, a pesar de que el mero hecho de dialogar sea algo positivo. El pariarca sigue defendiendo una guerra «victoriosa para Rusia», según sus declaraciones la semana pasada. El papa Francisco, por su parte, expresaba con una oración estremecedora sus sentimientos en una audiencia este pasado miércoles:
Perdónanos la guerra, Señor.
Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de nosotros pecadores.
Señor Jesús, nacido bajo las bombas de Kiev, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, muerto en brazos de la madre en un búnker de Járkov, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, enviado veinteañero al frente, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, que ves todavía las manos armadas en la sombra de tu cruz, ¡ten piedad de nosotros!Perdónanos Señor,
perdónanos si, no contentos con los clavos con los que atravesamos tu mano, seguimos bebiendo la sangre de los muertos desgarrados por las armas.
Perdónanos, si estas manos que habías creado para custodiar, se han transformado en instrumentos de muerte.
Perdónanos, Señor, si seguimos matando a nuestros hermanos, perdónanos si seguimos como Caín quitando las piedras de nuestro campo para matar a Abel.
Perdónanos, si seguimos justificando con nuestro cansancio la crueldad, si con nuestro dolor legitimamos la brutalidad de nuestras acciones.
Perdónanos la guerra, Señor. Perdónanos la guerra, Señor.Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ¡te imploramos! ¡Detén la mano de Caín!
Ilumina nuestra conciencia,
no se haga nuestra voluntad,
¡no nos abandones a nuestras acciones!
¡Detennos, Señor, detennos!
Y cuando hayas parado la mano de Caín, cuida también de él. Es nuestro hermano.
Oh Señor, ¡pon un freno a la violencia!
¡Detennos, Señor!Amén.
Permanezcamos junto este pueblo martirizado, abracémoslo con el compromiso concreto y con la oración. Y, por favor, ¡no nos acostumbremos a la guerra y a la violencia! ¡No nos cansemos de acoger con generosidad, no solo ahora, sino también en las semanas que vendrán! #Ucrania
— Papa Francisco (@Pontifex_es) March 20, 2022
La Familia Vicenciana se une al papa en estos sentimientos de oración, apoyo y cercanía a tantos millones de seres humanos que reflejan el Cristo sufriente. San Vicente nos sigue animando hoy, tal cual hizo en el siglo XVII, a poner nuestros mejores esfuerzos en aliviar las necesidades de los pobres. Él nos dice:
«Dios ama a los pobres y, en consecuencia, ama a quienes aman a los pobres. […] Los pobres son los predilectos de Dios, y de esta manera tenemos motivos de esperar que por amor a ellos Dios nos amará. Vayamos, pues, hermanos míos, y dediquémonos con nuevo amor a servir a los pobres e, incluso, busquemos a los más pobres y a los más abandonados; reconozcamos delante de Dios que son nuestros señores y maestros y que somos indignos de ofrecerles nuestros pequeños servicios» (SVP ES XI-3, p. 273).
Pidamos a Dios, con el papa, que tenga misericordia de nosotros y que nos perdone por esta guerra cruel y sin sentido.
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