Jesús es la luz del mundo. Seguirle quiere decir no caminar en las tinieblas, en las mentiras, sino tener la luz de la vida, la verdad.
Se les advierte a los oyentes de Jesús de la ceguera y de las tinieblas que conlleva ella. Se trata, claro, de la ceguera espiritual, de no ver las verdades de Dios. Tal no ver connota mentiras, codicia, odio, testarudez, corrupción, falta de fe y de comprensión.
Tiene que ver el primer ejemplo de Jesús con los riesgos que resulten al guiar un ciego a otro ciego. El segundo ejemplo parece ser sobre la ceguera de un iniciado que se cree tan sabio como su maestro. No lo menciona Jesús, pero dicho hay de que saber solo un poco es peligroso.
El tercero expone las mentiras, la hipocresía, la ceguera, de los que no se dan cuenta de sus grandes faltas. Pero no dejan de ver ellos aun las más pequeñas faltas del prójimo al que pretenden corregir.
Y con el cuarto, se enseña cómo evitar la ceguera, para que se distingan los buenos de los malos. Se le reconoce bueno a uno por el bien que hace; o malo, por el mal que produce. Todo depende, sí, de lo que uno guarde en el corazón. Es decir, de la bondad que se abriga en el corazón brota el bien; de la maldad, el mal.
No nos quiere Jesús atrapados en las redes de mentiras.
Quizás los cristianos creemos que esas enseñanzas se dirigen a los fariseos. Pero los relatos de los evangelistas son para nuestra enseñanza. Y dice Lucas que quiere que conozca el discípulo la solidez de las enseñanzas que ha recibido.
Así que se nos advierte a los que oímos a Jesús hoy, a los discípulos, de la ceguera. De las mentiras y de otras maldades que se asocian con ella. Que en medio de nosotros hay los que se dejan engañar por falsas noticias y mentiras. Y no faltan los que venden aun «hechos alternativos».
Ni estamos exentos de la arrogancia. Ésta y nuestras ambiciones nos pueden dejar ciegos a nuestra ignorancia, y ciertos de que somos más sabios y más justos que los demás.
Sí, se nos urge a los cristianos, más que a nadie, a atesorar la bondad en nuestros corazones. Esto quiere decir, más que nada, escuchar al Espíritu Santo. Pues él, fuente de verdades, y no de mentiras, es el que nos lo enseña todo (Jn 14, 26; 1 Jn 2, 27).
Por supuesto, es decisiva la verdad. Es que ella es la unión, la bondad, la belleza, la comprensión, la pureza de corazón, la sencillez. La verdad nos saca del ensimismamiento, para que vayamos más allá de nosotros mismos y alcancemos al Otro del todo. Con la ayuda de la limosna, la oración y el ayuno. Para que venzamos la «mundanidad espiritual» (véase esto también).
Y fundados en la verdad, purificados de las mentiras, seremos como un casa construida sobre firme roca (véase RCCM II:1. 2). Es decir, tendremos la solidez del que da de comer su carne y de beber su sangre. Pues pase lo que pase, estaremos seguros de que todo nos servirá para el bien; la muerte será absorbida en la victoria.
Señor Jesús, sé tú nuestra luz, para que no caminemos en las tinieblas ni en las mentiras.
27 Febrero 2022
8º Domingo de T. O. (C)
Eclo 27, 4-7; 1 Cor 15, 54-58; Lc 6, 39-45
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