Jesús se hizo maldición para librarnos de las maldiciones y llenarnos de bendiciones. Se hizo pecador y pobre para justificarnos y enriquecernos.
Les queda mucho que aprender a los llamados a coger con sus redes a los hombres. Y hoy el que los ha llamado les enseña las bendiciones y las maldiciones.
No se puede prescindir de la enseñanza, pero es extraña. Es que llama afortunados Jesús a los desafortunados, y desafortunados a los afortunados.
Sí, dice él que las bendiciones son y serán de los pobres y hambrientos, de los que sufren. Las maldiciones, en cambio, son y serán de los ricos que no sufren como los demás (Sal 73, 4-5). Pero pese a dicho salmo, la enseñanza aún asombra; todo lo pone Jesús boca abajo. Si no lo encarnase él, no lo creeríamos.
En fin, él es el que hace que creamos lo que se nos enseña. No solo lo dice; también lo hace. Él es un pobre que viene de una familia humilde. Es de las gentes de Nazaret que no pueden hacerse siquiera con una moneda de poco valor.
Y al ir de un lugar a otro para predicar, no tiene él dónde recostar la cabeza (Lc 9, 58). Y poco lleva él cuando recorre pueblos y aldeas (Lc 9, 1-6). Pues Dios, al cual da a conocer, es un Padre que les provee a sus hijos de lo que necesitan. Les basta con pedir para que se les dé, buscar para que hallen, llamar para que se les abra.
Maldiciones y bendiciones
Renuncia, sí, Jesús a la autosuficiencia y se ve pobre ante de Dios y todo lo espera de él. Jesús «no confía en el hombre» (véase también Jn 2, 24). Así pues, el desafortunado se hace afortunado.
Y sobre él caen maldiciones por buscar el reino de Dios y su justicia. Por ir más allá de la justicia común y no acordarse con los instalados en el poder. Y por anunciar el derecho a los pobres y por denunciar la codicia.
Anunciar la Buena Nueva a los pobres quiere decir denunciar también a los ricos y saciados, a los que ríen. A los que todo el mundo envidia (Sal 73, 10).
Y en las bendiciones y las maldiciones se menciona la palabra «ahora». Es que el que anuncia y denuncia no es tanto un legislador cuanto un profeta. El que legisla para hoy y mañana añade «de espíritu».
El profeta, en cambio, se dirige a lo actual y no tiene pelos en la lengua. Ante él se cae o se levanta uno (Lc 2, 34). Dice él en efecto: «¡Basta ya con la opresión y el olvido de los pobres!». Por lo tanto, él no se puede confundir con el que da la anestesia.
De hecho, Jesús alivia a los necesitados. Es por eso que, al fin, muere, entrega su cuerpo y derrama su sangre. Para arrancar de raíz nuestros pecados y la pobreza y el mal que ellos causan.
Y ser cristianos es seguirle a Cristo en las maldiciones y las bendiciones. Vale la pena hacerlo; esto lleva a la alegría eterna y a la recompensa grande en el cielo.
Señor Jesús, cóncedenos ser tus discípulos. Y haz que, al encontrarnos contigo, nos cambie tu misericordia, para que seamos al igual que Zaqueo y san Mateo. Déjanos acoger, por tu causa, las maldiciones, y gozar de tus bendiciones. Así daremos testimonio de ti, el más pobre entre los pobres que los alivia (SV.ES XI:393).
13 Febrero 2022
6º Domingo de T. O. (C)
Jer 17, 5-8; 1 Cor 15, 12. 16-20; Lc 6, 17. 20-26
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