Germán, Delmy y sus dos hijos son una familia que lleva a cabo su proyecto misionero en Bolivia desde 2003. El matrimonio se conoció antes, en Honduras, cuando los dos eran unos jóvenes pertenecientes a las juventudes de MISEVI. Esta es su historia de misión y ayuda a los “que sobran”.
Germán, ¿qué te llevó a tener ese espíritu misionero, a dejarlo todo por un país de misión?
En junio de 1994, con 21 años, marché a Honduras de misión, a una parroquia de los padres paúles. Fui para tres meses pero con la idea ya de quedarme. Antes éramos así de locos (risas). Esto fue posible gracias a juventudes vicencianas, que sigue siendo un movimiento de jóvenes de la familia de San Vicente de Paúl. En España juventudes fue un movimiento bastante fuerte, no ensimismado, que por su carisma tenía muchas expresiones de servicio tanto en España como fuera. A través del apoyo de los paúles y de las hermanas se posibilitó tener una experiencia misionera de jóvenes en Argentina, México, Honduras, Bolivia, Cuba y después de en África, en Santo Domingo, Cuba, en Guinea.
En aquel entonces había jóvenes que, de 20 en 20, iban a tener una experiencia misionera acompañados de un padre/un asesor.
Yo conocí a Delmy en la parroquia donde llevábamos a cabo la misión. Ella era de Misevi también. Años más tarde, ella se fue de misiones un año al Salvador y cuando volvió iniciamos un noviazgo con la propuesta de poder vivir un matrimonio en la misión. Nos casamos en el 2000 y hasta ahora.
Las arras las ofrecimos en el ofertorio. Dijimos: «para la misión y que sea lo que Dios quiera»
¿Qué sensaciones tuviste al llegar al país de misión?
No tenía la menor idea de qué me iba a encontrar. Sí recuerdo que todo me impactó porque todo era nuevo para mí. Las condiciones sociales de la gente me impresionaron mucho y también cómo manejaban el vivir así. La relativa naturalidad con la que se vivían según que situaciones con las que aquí se haría un mundo. Me sorprendió mucho la naturalidad con la que se vivía la adversidad. No el acostumbrarse, porque nadie se acostumbra a lo malo, pero si esa naturalidad a realidades que aquí nos habrían parecido problemas gigantes.
¿Qué hacíais en Honduras cuando llegasteis?
Había una campaña de formación en valores, campaña infantil, que se trabajaba en los colegios de educación primaria. Formación en valores y se daban los cursos en muchas escuelas, y después iniciamos un programa en unos barrios muy problemáticos, allí nos insertamos e iniciamos programas preventivos con niños en situación de riesgo. porque la droga era un gran problema. Eran barrios en los que no entraba nadie. hasta hora sigue funcionando ese programa
¿Alguna vez corrió peligro vuestra vida?
No. Una vez que uno está dentro no hay problema. Te cuidan desde allí. Ahora que llevamos mucho tiempo sin ir, sí que sería peligroso porque no tienes nadie que te acompañe. Al final aprendes a vivir con miedo, con cierta precaución. Siempre miras hacia atrás con mucha naturalidad. No se piensa en ello, pero tomas precauciones.
Nuestro objetivo nunca es abrir un proyecto. No estamos para abrir proyectos sino para organizar la respuesta a realidades de dolor , empobrecimiento y vulnerabilidad. Al final hay que dar respuesta a la gente.
Os casasteis en el año 2000, con la idea de ser una familia misionera. ¿Cuáles fueron vuestros primeros pasos, dónde os asentasteis?
Cuando nos casamos, pedimos un tiempo de estar apartados. Estuvimos tres años viviendo en otro lugar. Las arras las ofrecimos en el ofertorio. Dijimos: “las ofrecemos para la misión y que sea lo que Dios quiera”. La intención inicial era de optar por la misión como matrimonio. y hasta ahora seguimos así. Después de ese periodo hasta que nuestro hijo mayor cumplió tres años, nos ofrecieron ir a Bolivia y desde entonces estamos allí, viviendo en la casa de la comunidad.
¿Allí qué hacéis?
Tratamos dos áreas fundamentalmente: la violencia hacia la mujer y la discapacidad y coordinamos el área social de la parroquia de Sacaba, aledaña de la ciudad de Cochabamba. Nuestro objetivo nunca es abrir un proyecto. No estamos para abrir proyectos sino para organizar la respuesta a realidades de dolor , empobrecimiento y vulnerabilidad. Hay veces que es necesario organizar grupos de trabajo, otras veces no. Los proyectos no son un fin, sino un medio. Al final hay que dar respuesta a la gente. Por ejemplo, el tema de discapacidad y la violencia la mujer sí ha necesitado una respuesta muy organizada, logrando muchos recursos, capacitando a mucha gente para que la respuesta sea consistente. Es una realidad muy numerosa y muy compleja que ha necesitado de una casa de acogida, atención externa, promoción laboral de mujeres, programa terapéutica para varones agresores, abrir un espacio de empoderamiento de mujeres víctimas de violencia.
El tema de la discapacidad, lleva desde el 2007, pero llevaba antes un tiempo, aunque no tan organizada. En nuestro municipio hay 1500 personas con discapacidad, niños y adultos.
¿Vuestros hijos cómo han ido asumiendo esta tarea misionera?
Siempre les decimos que el testamento que les dejamos es haber podido conocer a personas en situaciones muy adversas con las que hemos establecido una relación muy fraterna. También haber sido testigos de cómo la gente lidia con esas situaciones. Mi hijo ahora está en la universidad y estudia Ingeniería informática y nuestra hija menor quiere estudiar Enfermería. Van haciendo su vida, pero sí que tienen una manera de afrontar sus propias adversidades con alegría y buena cara, dando importancia a lo importante. Montserrat Rescalvo, misionera Misevi, presente en la entrevista, añade: “Sí que es verdad que los misioneros que vamos desde aquí y hemos convivido con vuestros hijos, vemos el testimonio por su implicación social y en la Iglesia”. Mi hija además es muy cochabambina, con carácter, y cuando ve que va algún misionero joven que no se come todo les replica: “Aquí se come todo” (risas).
¿Algún mensaje final de balance de estos años y que queráis lanzar a la sociedad?
Germán:La gente que no cuenta para nadie, los que están sobrando, a mí por lo menos y seguro que a Delmy también, nos enseñan cómo vivir. Mucha gente a la que habíamos ayudado con alimentos durante la pandemia, cuando nos tocó a nosotros y estuvimos confinados, vinieron a traernos a la puerta lo que tenían. Eso casi me hace llorar, me conmovió. Son gente con condiciones muy pobres y que venían con platanitos, con papas, que nos decían: “mano no me alcanzó la plata, voy a ver si mañana puedo conseguiros un pollo”. Por eso, esas personas que no tienen nada, y que parecen que sobran, son las que te enseñan cómo vivir.
Delmy: La gente que menos tiene es la más compromiso ha tenido en este tiempo de pandemia, en mi área de discapacidad que es donde me he movido, han respondido en tareas, en identificarse para poder ayudar al resto de compañeros de familias. A mí esto me alienta y me da ánimo para levantarte cada mañana y seguir adelante.
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