Jesús hace nuevas todas las cosas. Por lo tanto, pone él en cuestión las tradiciones y costumbres, más que nada, las que velan su verdadero rostro.
Asisten a una boda Jesús y sus discípulos. También está allí la madre de Jesús. Y seguramente, la boda cumple con las tradiciones y costumbres judías.
Pero al intervenir Jesús, a instancias confiadas de su madre, se dejan del lado dos tradiciones. Es que, en primer lugar, las tinajas de piedra para las purificaciones rituales sirve ahora para el vino añejo.
En segundo lugar, se hace algo al contrario de la costumbre. Pues todo el mundo pone primero el vino bueno; luego el peor, cuando ya están bebidos los convidados. En Caná, en cambio, se guarda el vino bueno hasta para más tarde.
Allí, de hecho, pone en cuestión el primer signo de Jesús todas las tradiciones en torno a la ley. Pues así como allí es mejor el vino que el agua, así también la gracia y la verdad, que la ley.
Sí, el que da plenitud a la ley y los profetas va más allá de la religión judía. Es por eso que hay que ir más allá de la justicia de los escribas y los fariseos. Y nos basta, desde luego, con amar al igual que Jesús para ser vino añejo, en vez de agua de las purificaciones.
Amor entregado hasta la muerte, en lugar de las tradiciones de la ley
Se aman el Padre y el Hijo. Pero el amor que los une desborda en un caudal de amor por los hombres. Así pues, el Verbo que está junto a Dios se hace carne y vive con nosotros.
Como el Dios-con-nosotros, se introduce en todas las zonas de nuestro vivir. En las alegrías y luces, en las penas y sombras, en los éxtasis y esplendores. Está él, por lo tanto, con los novios; les saca del apuro.
Y así Jesús, no como los guardianes de ley, hace lo que dice. Y discrepa con ellos en cuanto a las tradiciones. Es que por seguirlas, se apartan ellos de lo que Dios manda. Y pierden de vista a lo más importante de la ley: la justicia, el amor, la misericordia, la fe, la fidelidad. Huelga decir que lo más importante de la ley, de esto han de ser imágenes vivas los cónyuges. Y nosotros todos.
Sí, aquí estamos para amar a Dios con todo nuestro ser y al prójimo como a nosotros mismos. Para alegrarnos con los que se alegran y llorar con los que lloran ( SV.ES XI:561).
Pero, ¿se nos conoce a nosotros como discípulos de Jesús por nuestro amor? ¿Nos importa Dios más que nadie, más que nada? ¿No alejamos de él a los demás? ¿Encuentra él con nosotros la alegría?
¿Nos amamos de verdad los unos a los otros? ¿Se manifiesta en nosotros el Espíritu para el bien común?
¿Acaso somos el agua para la hora de las purificaciones, y no el vino para la mejor hora de la cruz? Pues solo por el amor, hasta entregar el cuerpo y derramar la sangre, se nos purifica a nosotros de nuestros pecados.
Y, ¿no somos nosotros una Iglesia ensimismada, en desorden debido a las tradiciones humanas?
Señor Jesús, tú eres el Dios-con-nosotros, la plenitud de la ley, los profetas y las tradiciones de la religión. Haz que todo se haga nuevo en nosotros: el corazón, las palabras y las obras.
16 Enero 2022
2º Domingo de T. O. (C)
Is 62, 1-5; 1 Cor 12, 4-11; Jn 2, 1-11
0 comentarios