Jesús es la plenitud de las visitas de Dios a nosotros los hombres para salvarnos. Como las visitas de Jesús han de ser las que hacemos al prójimo.
Desborda de gozo María después de la visita del ángel Gabriel; no se puede contener ella. Es por eso que va deprisa, resuelta a compartir su alegría con Isabel y participar también de la de ella. Claro, son hermosos sobre las montañas los pies de la que visita, pues trae ella buenas nuevas (Is 52, 7). Y dichosa es Isabel; de ella es la dicha que traen dos visitas en una.
A dos visitas, sí, recibe Isabel, a María y al fruto de su vientre. Entra María en casa de Zacarías, pero saluda a Isabel. Y salta de gozo la criatura en el vientre de Isabel y ésta, a su vez, se llena del Espíritu Santo.
Con entusiasmo responde ella. Pues a voz en grito dice a María: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!». También ve humilde en el hijo de María a su Señor. Queda claro, pues, que Isabel bien sabe que la visita de su prima es, de verdad, dos visitas.
Mujeres de fe
Queda claro también que se hace hincapié en la fe de las mujeres; ni entran José y Zacarías en el escenario. Las dos son «mujeres sencillas, sin ningún título ni relevancia en la religión judía». No como el sacerdote Zacarías, María cree con sencillez, «sin hurgar» (SV.ES XI:120). Le basta a ella con tomar por garantía de su maternidad la preñez de su prima.
Isabel, a su vez, demuestra una fe intuitiva, alegre y espontánea. En María, intuye ella al Salvador. Y capta en el salto de su criatura el gozo que provoca la presencia del Señor. Es toda palabra ella. Y se parece más a David (2 Sam 6, 14. 20) que a su marido, mirado, mudo.
¿Es nuestra fe como la de María e Isabel? ¿Nos contamos entre los pequeños que dan culto a Dios en Espíritu y verdad? Es que los escoge Dios del mismo modo que escogió a la pequeña Belén. Y él les revela las visitas que hace a los hombres, las que esconde a los sabios. Así que no son de la ciudad que no se da cuenta de la hora de las visitas de Dios para salvarla (Lc 19, 44).
Y por darse cuenta de tal hora, los sencillos de fe viva logran cumplir la voluntad de Dios. Y hacer, al igual que los santos y santas de la familia vicentina, visitas atentas a los demás. Hasta dar la vida por ellos, al igual que lo hace Jesús que entrega su cuerpo y derrama su sangre por nosotros.
Señor Jesús, tú, cual el sol que nace de lo alto, nos visitas para salvarnos. Líbranos de las tinieblas y sombra de pecado y muerte.
19 Diciembre 2021
Domingo 4º de Adviento (C)
Mic 5, 1-4a; Heb 10, 5-10; Lc 1, 39-45
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