Como reflexión sobre el año civil que termina y sobre el nuevo año litúrgico que está a punto de comenzar, el Hno. René Stockman ha escrito una Carta de Adviento a sus Hermanos, Miembros Asociados y Colaboradores en el Apostolado:
Roma, 1 de diciembre de 2021
Queridos cohermanos,
queridos miembros asociados,
queridos colaboradores en el apostolado,
Con el primer domingo de Adviento, hemos comenzado un nuevo año litúrgico. Es como un anticipo del nuevo año civil que emprenderemos dentro de un mes. El tiempo de Adviento es un tiempo de espera. De hecho, toda nuestra vida es un tiempo de expectativa, de esperar algo nuevo, y cuando no hay nada más que esperar en la vida, eso afecta al sentido de la vida. Afortunadamente, como creyentes, podemos seguir esperando el destino final de nuestras vidas, que superará con creces todas las expectativas. Que esto siga siendo una luz, también y especialmente en los momentos más oscuros de nuestras vidas.
Por supuesto, todos esperamos que nuestra vida social se restablezca y que no tengamos que hacer frente a una nueva oleada de la pandemia de la Covid. No podemos negar que la pandemia pesa sobre todos y perturba muchas de nuestras actividades normales. Al mismo tiempo, reconocemos el gran sufrimiento que esta enfermedad ha causado y sigue causando. La semana pasada asistí a la Asamblea General de los Superiores Generales en Roma, donde tuvimos un momento de oración para recordar a las numerosas víctimas de esta pandemia, y nos enteramos de cuántos religiosos y colaboradores del apostolado han muerto en todo el mundo. También nos hizo reflexionar sobre el enorme esfuerzo que se pidió y se pide al personal médico y de enfermería en la atención a los enfermos, y también el esfuerzo adicional del personal docente y educativo en el apoyo a los niños y jóvenes en lo que seguramente son circunstancias muy difíciles. Quizá sea este un momento de la historia en el que estamos experimentando en primera persona la necesidad de salvación y liberación como nunca antes. Por eso, en este Adviento debemos hacer resonar de manera muy especial la oración «Maranatha» – «Oh, Señor, ven», para que la salvación que nos fue traída por la Encarnación se repita en la realidad concreta de nuestro tiempo. Porque siempre necesitamos la salvación, en todas las circunstancias de nuestra vida.
En el seno de la Iglesia, hay una gran expectativa por el proceso sinodal al que todos estamos invitados. Es como el último acorde del programa que el papa Francisco ha trazado para sí mismo como papa, y en el que ahora llama a todos a responder, con una mente abierta, a la pregunta de cómo queremos ver y experimentar la Iglesia hoy. Esta pregunta se extiende también a los órganos dentro de la Iglesia, y nosotros como congregación podemos y debemos responderla. La pregunta no debe formularse de forma vaga, por supuesto, sino siempre a la luz de una referencia clara. Para toda la Iglesia, se trata del Evangelio y de la Persona viva de Jesucristo, en línea con la tradición y abierta a los signos de los tiempos. Para la Congregación, es también el Evangelio y la Persona viva de Jesucristo y el modo especial en que este mensaje se tradujo dentro de nuestro carisma de caridad. Es un momento en nuestra propia historia de la Congregación para reflexionar profundamente sobre nuestro carisma y, desde él, dejarnos interpelar por los signos de los tiempos. ¿Seguimos siendo, como Congregación, auténticamente relevantes en nuestro tiempo, seguimos cumpliendo un papel profético en nuestra práctica de la caridad, especialmente entre aquellos que están totalmente marginados en la sociedad a causa de una enfermedad, una discapacidad o una pobreza extrema, y que necesitan oír que ellos también son amados por Dios? Pueden recibir este amor a través de nuestra caridad como reflejo del amor divino. Como congregación vivimos en contextos muy diferentes en todo el mundo, pero la cuestión será siempre si somos dinámicamente fieles a nuestro carisma de caridad. La cuestión será también si no nos hemos atascado demasiado en estructuras en las que ya no hay vida real sino que, por el contrario, han empezado a tener vida propia. También se plantea la cuestión de una solidaridad duradera, porque cuando decimos Congregación, no miramos sólo a nuestra propia región, sino a la Congregación en todo el mundo. Al mismo tiempo, es un momento para alegrarse de los muchos ejemplos hermosos y reveladores de caridad viva que tenemos el privilegio de presenciar en los esfuerzos de los hermanos, miembros asociados y colaboradores. Me recuerda las palabras de nuestro querido Fundador, el Padre Triest, que articuló su misión con las tres palabras siguientes: «Debo daros mi ejemplo, mi enseñanza y mi servicio». De forma muy consciente, dio prioridad al ejemplo. Son estos ejemplos vivos de profunda caridad los que pueden seguir inspirándonos hoy para ir siempre un paso más allá nosotros mismos, para vivir y materializar el «davantage» [«más»] de San Vicente: siempre más. Gracias, queridos cohermanos, miembros asociados y colaboradores, por los estimulantes ejemplos de caridad que nos dais.
La semana pasada asistí a una ceremonia de conmemoración de san Juan Berchmans, que murió en Roma hace justo 400 años y que está enterrado en la iglesia jesuita de San Ignacio. ¿Qué podemos esperar de un joven que murió a los 22 años, que fue beatificado y canonizado después de 200 años, y que vivió en una época y una cultura completamente diferentes? ¿Qué podemos aprender de su búsqueda de la santidad, que impregnó toda su breve vida? Juan Berchmans no es desconocido en la Congregación, ya que, como flamenco, es el patrón de los jóvenes estudiantes y los departamentos llevan su nombre en nuestros institutos. Su vida y su lucha por la santidad pueden resumirse en un breve lema: «Hagamos las cosas ordinarias de forma extraordinaria». En realidad, se trata de aceptar todo lo que experimentamos cada día como una invitación a ver la Voluntad de Dios en ello y a seguir la Voluntad de Dios de forma alegre. Porque Juan Berchmans era apodado «Frater Hilaris» en su comunidad: el cohermano alegre, el gracioso, incluso. Cuando leemos su biografía, nos encontramos con muchos elementos específicos de la época, pero la actitud básica que vivió y transmitió trasciende el tiempo y la cultura. También reconocemos la espiritualidad de santa Teresa de Lisieux, que se esforzó por ver cada momento, cada acontecimiento y cada encuentro como una invitación a santificar su vida. Llama la atención que ambos santos murieron muy jóvenes y no tuvieron experiencias místicas especiales durante su vida, pero descubrieron que la santidad es para todos y que el camino hacia ella se encuentra en la vida cotidiana, en la terrible realidad de cada día, como alguien la llamó. El filósofo Levinas añadirá a esto que estamos llamados a realizar pequeños actos de bondad cada día. Me remite a los tiempos que estamos viviendo, de los que no sabemos cómo van a evolucionar. Pero lo que tenemos en nuestras manos es cada día que se nos regala, en el que se nos invita a realizar pequeños actos de bondad y construir así nuestro camino hacia la santidad en la alegría y el gozo. Convirtámonos todos en un pequeño «hilaris», para nosotros mismos y para los demás.
Queridos hermanos, en el umbral de un nuevo año, os deseo valor y confianza. Valor para afrontar los peligros diarios que encontramos como desafíos, y no dejar que nos abrumen o desanimen. Confianza en que no estamos solos. ¿No es la fuerza de una comunidad saber que podemos acudir a los demás para compartir nuestras alegrías y nuestras penas? Que así sea también en las familias y en las comunidades de trabajo. Pero como creyentes podemos también y sobre todo sacar nuestra confianza de la convicción de que somos llevados por Dios y que siempre podemos recurrir a él. Él nunca nos abandona, aunque a veces seamos abandonados por las personas o decepcionados por los demás. Desarrollemos, pues, esta cultura de la oración, individualmente y como comunidad, en la que pueda crecer el espacio para entrar en una verdadera relación de amistad con el Señor. Y sabemos que siempre podemos recurrir a los amigos, tanto en los buenos como en los malos momentos.
Os deseo a todos un bendecido Adviento, una feliz Navidad y un tranquilo Año Nuevo.
Hno. René Stockman
Superior General
Hermanos de la Caridad.
Fuente: https://brothersofcharity.org/
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