Jesús es compasivo. Les hace caso él a los que le invocan en sus aflicciones. No los deja al borde del camino; los lleva consigo.
El que ha venido para ofrecerse como sacrificio por todos no puede ignorar a los pobres. En cambio, los instalados en la política y la religión los dejan al borde del camino.
No, no abandona a los pobres el que nos enseña llamar a Dios «Padre nuestro». Son sus, —y nuestros—, hermanos.
Así que se detiene Jesús. Es que el ciego, en vez de quedarse al borde del camino, ha de formar parte del Nuevo Éxodo. Pide, pues, que se le llame al ciego. Y los que antes lo regañaban ahora le alientan; los contagia el Maestro su compasión.
Al instante, el que está al borde del camino suelta el manto. ¿Siente él que el manto le impide ponerse de pie? O, ¿se convence por su fe de que le basta con ser llamado por el que restablecerá el trono davídico? Es decir, su fe le da la certeza de que le está de más el manto. No ha de extenderlo ya en el suelo para recoger la limosna.
Pero en todo caso, soltar el manto quiere decir libertad para seguir al que llama. Y, de hecho, Bartimeo da un salto y se acerca a Jesús.
El último se da cuenta de lo que necesita el primero. Pero igual le pregunta: «¿Qué quieres que haga por ti?». Se conecta así con él y le deja expresar su deseo. Él que busca compasión, a su vez, se admite ciego. Y le dice Jesús: «Anda, tu fe te ha sanado». Ve, pues, Bartimeo y sigue al Maestro.
Ciegos sentados al borde del camino
En el relato del que nació ciego (Jn 9), preguntan los fariseos a Jesús: «¿También nosotros estamos ciegos?». Y dice él: «Si estuviérais ciegos, no tendríais pecado. Pero como decís que veis, vuestro pecado persiste».
Los evangelios, desde luego, les urgen a los cristianos más que a los fariseos a que salgan de su ceguera. Por lo tanto, está bien que nos miremos a nosotros mismos.
¿Conocemos bien a Jesús, sus palabras y obras? ¿O es que las tinieblas nos impiden seguirle? Tal conocer es decisivo para que, al igual que san Vicente, podamos poner todo el Evangelio en toda nuestra vida (Delarue). E ir al fondo del Evangelio y de la realidad (Maloney) y tener los sentimientos de Jesús.
Los tibios, ¿no preferimos quedarnos al borde del camino? Necesitamos el Espíritu de fuerza, amor y autodominio (2 Tim 1, 7). ¡Qué desgracia!, si sembramos el odio. Pues cosecharemos «quejas y lamentos, críticas, protestas y mutuas descalificaciones».
¿No es hora que aprendamos de los humildes que se admiten pobres, de dejar que nos proclamen la Buena Nueva? De ellos es la fe de Bartimeo (SV.ES XI:120. 462). Debido a ella, invocan a Dios aun estando ellos en medio de desdichas y al borde del abismo (Sal 88). Se mantienen, pues, sanos.
Y si, en vez de huirnos, nos unimos a ellos, al igual que san Vicente (Delarue), saldremos a la luz (Is 58, 10). También aprenderemos a alimentar a los demás (SV.ES XI:121). A entregar nuestro cuerpo y derramar nuestra sangre. Y así, más pobres que nadie, seguiremos a Jesús hasta Jerusalén.
Señor Jesús, ten compasión de nosotros. Ábrenos los ojos a los ciegos que estamos al borde del camino. Y déjanos seguirte por el camino.
24 Octubre 2021
30º Domingo de T.O. (B)
Jer 31, 7-9; Heb 5, 1-6; Mc 10, 46-52
0 comentarios