Jesús nos abre el oído y nos suelta la traba de la lengua. Nos hace capaces él de hacer gestos que sanen y decir palabras que anuncien el reino de Dios.
¿Asombro por un acto de magia en favor de un sordomudo en un lugar pagano? Si esto es lo que despiertan en nosotros los gestos de Jesús, entonces no captamos el verdadero sentido de ellos.
De hecho, aparta Jesús de la multitud al que otros se lo han llevado. Esto no lo haría si quisiera asombrar y fomentar lo sensacional. Está de más, de todos modos, la multitud. Ella es ciega, sorda, muda, no cree, da culto a ídolos (Mc 10, 4-12; Lc 1, 20; Sal 115, 5. 8).
Así que, no, no es un acto de magia lo que hace y dice Jesús. Se dice que el poder de la magia está en los gestos que se hacen y en las palabras que se pronuncian. Y, ¿no es cierto que tanto menos se captan tales gestos y palabras (en latín), cuanto más fascinantes, tremendos y solemnes se les parecen a los devotos?
Le mete Jesús, sí, los dedos en los oídos del sordomudo. Y le toca la lengua con la saliva, mira al cielo y, tras suspirar, le dice: «Effetá». Con tales gestos y palabra, se procura comunicar, contactar, con el encerrado en sí mismo.
Suspira él, sí, y expresa dolor, quejido y enfado (véase también Jn 11, 33. 38). Es decir, le da gran pena ver lo que el pecado ha hecho del hombre. Pero el Verbo hecho carne, el que tiene fuerza para hacer lo que Dios pretende, se comunica con el que no oye ni habla. Le penetra.
Y la compenetración quita un obstáculo a la comunicación y la comunión. Se inicia también el recobro de la plenitud e integridad antes de caer el hombre. A éste se le recrea, para que sea una vez más la verdadera imagen de Dios.
Gestos y palabra de amor y misericordia
Sí, los gestos y la palabra de Jesús son para contactar, comunicar, compadecer, sanar, comulgar y recrear. Así han de ser también, por lo tanto, los gestos y las palabras de los cristianos. De los testigos de que se inaugura el reino de Dios. Pues abre Jesús los ojos a los ciegos y el oído a los sordos, acoge a los pobres y a los paganos (Mt 11, 5-6).
Pero, ¿no nos contamos entre los sordomudos que necesitan que los sane Jesús? ¿Entre los que no se dan cuenta de su entorno? ¿Los que no se dan cuenta de su sordera y mudez, por eso son otros los que los llevan a Jesús con súplicas?
No quiera Jesús que hagamos oídos sordos a los gritos de los pobres (EG 187). Que no nos juzgue él culpables de gestos de «complicidad cómoda y muda» (EG 211).
Quiera él, más bien, abrirnos y espabilarnos cada día el oído para que escuchemos la Buena Nueva como los iniciados. Y que él nos dé a cada uno una lengua del iniciado para saber anunciar esa Buena Nueva a los abatidos. Que nos dé además fuerzas para ser «como una muerte» (Balduino de Cantorbery). Es decir, dar muerte a la vieja vida de «yo y nadie más», entregar el cuerpo y derramar la sangre, para que brote la nueva vida.
Señor Jesús, haz que hagamos gestos dulces y digamos palabras que sanen a los abatidos y proclamen el Reino de Dios (SV.ES IX:916).
5 Septiembre 2021
23º Domingo de T.O. (B)
Is 35, 4-7a; Stg 2, 1-5; Mc 7, 31-37
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