Dos momentos que cambiaron el mundo para siempre.
Para los cristianos católicos, el 6 de agosto es la fiesta de la Transfiguración de Cristo en el monte. La narración evangélica de la belleza y la gloria de Jesús contrasta de forma descarnada y terrible con el recuerdo de la luz abrasadora que irradió a casi un cuarto de millón de personas en Hiroshima y Nagasaki, el centro del catolicismo japonés.
¿Se ha dado cuenta de las similitudes en estos acontecimientos tan diferentes? Me sorprende cómo el bien y el mal, en la superficie, pueden parecer tan parecidos.
La luz creadora deslumbró a los discípulos en la transfiguración de Jesús. La luz de la destrucción cegó a los presentes en la explosión de la bomba atómica. Ambas fueron sorprendentes por lo que significaban.
Al principio, muchos celebraron la era atómica porque pensaban que iba a suponer el fin de la violencia. Sin embargo, todavía vivimos con el espectro del holocausto nuclear. Nos consumen las llamas que nos dividen.
El estruendo de la explosión es un eco de la estruendosa voz de Dios que habló desde las nubes de la montaña. Pedro, Santiago y Juan sabían que algo maravilloso había sucedido. Pero sólo mucho más tarde comprendieron el poder transfigurador de la Resurrección… de Jesús y nuestra.
¡Transfiguración y desfiguración! Dos momentos que cambiaron el mundo.
La sabiduría de un abuelo
Un abuelo se sentó una vez junto a una hoguera crepitante con sus nietos. Les contó la historia de una pelea entre dos lobos. Describió a los dos lobos como polos opuestos.
Uno de los lobos representaba la ira, los celos, el resentimiento, la frustración, la ansiedad, la negatividad, el odio, la inseguridad, el estrés, la falta de confianza en uno mismo y el autodesprecio.
El otro lobo representaba lo contrario. Representaba la confianza en uno mismo, la certeza, la seguridad, el amor, la honestidad, la diversión, la plenitud, la compasión, la alegría, la paz, la integridad, la abundancia y la risa.
El abuelo mantuvo la atención de sus nietos describiendo la lucha entre los dos lobos.
Pero entonces advirtió a sus nietos que la lucha no era sólo entre los lobos. «Esa lucha», les dijo, «está ocurriendo dentro de cada uno de vosotros».
Los niños jadeaban y, tras unos minutos de silencio, uno de ellos preguntó: «Abuelo, ¿qué lobo ganó la pelea?».
El abuelo respondió rápidamente: «¡El lobo que gana la pelea es aquel al que tú más alimentes!».
6 de agosto – Un día para tomar resoluciones
Este 6 de agosto nos enfrentamos a una dura elección. ¿A qué lobo alimentaremos?
La Transfiguración de Cristo puede darnos esperanza en tiempos de confusión y lucha. O podemos elegir ser consumidos por las llamas de la ira y el odio.
Esa violencia no está sólo en los corazones de los demás. Si somos honestos, reconoceremos llamas ardientes en nuestros propios corazones. Educadamente las llamamos resentimientos, prejuicios y muchos otros nombres. Pero, sin embargo, son las brasas y las llamas de la violencia.
Mira a tu alrededor. Hay muchas llamas de violencia, tanto estructurales como personales. Muchos de nosotros asumimos que, como el recaudador de impuestos, «no somos como el resto de los hombres». Restamos importancia a las chispas de nuestra violencia.
Pero si pensamos que no somos violentos, piénsalo de nuevo. Basta con mirar cómo manejamos la polarización en nuestro país hoy en día.
Al fin y al cabo, son muchas las granadas de violencia que infligimos cada día a aquellos con los que no estamos de acuerdo o que simplemente no entendemos. Estas semillas de violencia son mucho más siniestras que otras formas de violencia más flagrantes. Precisamente porque no las reconocemos.
¿Y si viviéramos en la esperanza transformadora de la Transfiguración y la Resurrección de Jesús? ¿Alimentaríamos la esperanza que puede transfigurar nuestro mundo? Si un número suficiente de nosotros alimenta el espíritu de la Transfiguración… ¡quizás logremos construir el Reino de Dios!
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