Jesús es la respuesta más plena que el Padre da a nuestras oraciones. Y le pedimos que nos dé hoy a los pobres los panes de cada día.
Jesús atrae a mucha gente debido a los signos que él ha hecho con los enfermos. Pero parece que a más gente aún atrae tras subir él a la montaña. Es que acuden a él también los que están por celebrar la Pascua judía, la que mira a la crucifixión. Y al ver a la enorme multitud, pregunta él a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?».
Solo tantea Jesús a Felipe. ¿Hay sintonía entre el discípulo y el Maestro? ¿Ha aprendido el iniciado a pensar primero en los demás al igual que el que le guía? Éste no se encierra en sus intereses, sino busca los intereses de los demás.
Jesús, sí, se compadeció antes de los que andaban como ovejas sin pastor. Ahora se preocupa de los que llegan en gran número para verle, y piensa en los panes para ellos.
Y antepone él las necesidades de la gente a las suyas. Es por eso que no le importa que la multitud ni los deja comer a él y a los suyos. Ni le importará más tarde entregar su cuerpo y derramar su sangre para consumar su servicio.
Así, de verdad, es el Maestro. Y para darse a conocer así, hace él un signo más, a saber, el signo de los panes.
Comida de panes de cebada y pescados secos salados, no un banquete de manjares suculentos
Se sientan en un verde prado más de cinco mil personas; les prepara el Buen Pastor una mesa. Toma de un muchado cinco panes de cebada y un par de peces, la comida de los pobres.
Da gracias él por esa comida, que ella, —todo que se come—, viene de Dios. Se reparte la comida, y se sacian todos. Les sobran pedazos que se recogen para que no se desperdicie nada que nos regala Dios.
Admirada del signo y pensando quizás en el profeta Eliseo, la gente toma a Jesús por profeta. Pero lo quieren proclamar rey; confunden, pues, al que ha venido para servir con un jefe de tantos.
No, el signo de los panes no se refiere al poder que hace temblar de miedo a la gente. Les encanta ese poder a los que, como el Mago, tienen pretensiones de omnipotencia (Hch 8, 9-24). Creen ellos que la pueden comprar.
Pero el poder de Jesús para alimentar no se compra. De hecho, los con dinero no se muestran capaces de remediar el hambre; más que dinero, se necesita la hermandad.
Esa hermandad que practican los pobres con verdadera religión (véase Nouwen; SV.ES XI:120) es el significado del signo de los panes. Claro, se le señala a Jesús, que él es esa hermandad en persona. Así que solo se resolverá el problema del hambre si nuestra forma de ser y actuar es la de Jesús.
Nadie de los hijos e hijas de Dios, —lo somos todos—, se ha de quedar atrás. Ni los desechables, según el mundo, que ellos, ante Dios, no tienen desperdicio. Mentiremos, sí, si proclamamos a un Padre de todos a la vez que somos indiferentes a los sufrimientos ajenos.
Señor Jesús, haz que miremos las cosas con los mismos ojos con que tú las miras (SV.ES XI:394). Así nos apremiaremos a compartir nuestros panes y a vivir lo que celebramos en la Eucaristía.
25 Julio 2021
17º Domingo de T.O. (B)
2 Re 4, 42-44; Ef 4, 1-6; Jn 6, 1-15
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