La reflexión de hoy se centra en la llamada al Liderazgo y al Amor que nos interpela a cada uno de nosotros hoy. Una llamada que el papa Francisco interpela nuestro corazón cuando nos invita en Laudato Si’ a «contemplar el mundo», en Fratelli tutti a «amar al prójimo», en Evangelii Gaudium a «¡abrir de par en par las puertas de la Iglesia para salir al mundo!».
Si el liderazgo fuera fácil, no sería para todos. Así también, la santidad, si fuera fácil, no sería para todos. La verdad es que la dignidad humana nos llama siempre a las etapas de superación, no nos deja descansar en el egoísmo sino en el Amor, no nos da la paz en la quietud sino en la lucha. No es descabellado, por tanto, concluir que ser humano es una tarea heroica que nos llama siempre e invariablemente a las alturas, el único lugar donde nos encontramos de verdad.
Una vez escuché: «El santo no es más que un pecador que no se rinde». Quizá el líder no sea más que el compañero que no se cansa de servir, aunque a veces le falte humildad, generosidad y magnanimidad. Sin embargo, no habrá forma más feliz de vivir que como líder, al igual que no hay forma más feliz de morir que como santo.
La reflexión de hoy se centra en la llamada al Liderazgo y al Amor que nos interpela a cada uno de nosotros hoy. Una llamada que el papa Francisco interpela nuestro corazón cuando nos invita en Laudato Si’ a «contemplar el mundo», en Fratelli tutti a «amar al prójimo», en Evangelii Gaudium a «¡abrir de par en par las puertas de la Iglesia para salir al mundo!». Esta es la llamada que Francisco no se cansa de hacernos: la misma que Dios dirigió a Francisco de Asís cuando le inculcó el amor a la creación, el amor al hermano y la capacidad de levantar una nueva Iglesia desde los escombros.
Esta misión de Francisco requiere un sentido de liderazgo y de servicio fraterno, sin el cual la vida en la tierra se haría insoportable. Un espejo de esto es la época en la que vivimos: donde nos arriesgamos a la mayor desigualdad social de la historia de la humanidad y donde amenazamos los equilibrios ecológicos hasta el punto de poner en juego nuestra supervivencia en el planeta incluso durante la presente generación. Una fatalidad que nunca se produciría si Adán escuchara la misión de Dios en el paraíso: «¡Fecundad y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla! Domina a los peces del mar, a las aves del cielo y a todas las bestias que se mueven sobre la tierra». (Gen. 1,28). Esta misión de Dios exigía que el hombre se arriesgara a dirigir su destino sirviendo al mundo (lo que se refleja en el concepto de «someter» presentado en el Génesis). Quizá el aspecto más humano de este episodio sea la posterior ambición de Eva, que condujo a la destrucción del Paraíso, y el crimen de sangre de Caín sobre Abel. Pero el Dios que no nos abandona es el mismo que salva a José de las manos de sus hermanos, que perdona a Ismael de la mano de Abraham, que apuesta por un rey David que peca pero que también ama sin medida. El Dios que libera al Pueblo de Egipto y, en medio de un Imperio de guerras y sometimientos, nos envía a Cristo, el que encarna el Amor y nos dice: «¡Levántate y sígueme!» (Mt 9,9-13)
Hay en estos episodios una fantástica ambivalencia que siempre me alegra recordar: la posibilidad de ser sólo lo que soñamos, ¡o lo que Dios ha soñado para nosotros! La primera habrá llevado al mundo a su estado actual, en el que vemos calamidades sociales y humanas, emergencias climáticas y malestar humano acentuado por un mundo desprovisto de referencias. La segunda, nos abre la posibilidad de vivir a su imagen y semejanza, tal y como nos ha creado, y según la llamada que nos recuerda el Papa. Aquí radica la llamada al Liderazgo, como servicio, movido por el Amor.
Es también a esta paradoja a la que nos alerta Viktor Frankl, uno de los pensadores más destacados del siglo XX, cuando nos dice: «Si consideramos al hombre como realmente es, lo hacemos peor. Pero si lo sobrevaloramos, lo convertiremos en lo que realmente puede ser». Y esto no es más que la dualidad en la que reside nuestra humanidad: en el diálogo constante y atemporal entre el Liderazgo y la Mediocridad, entre lo que somos en tanto que adquiridos y lo que podemos ser si el sentido de la vida está más allá de nosotros. Esta última diferencia juega entre el Amor y la Indiferencia por el mundo. Una elección inevitable para cualquier ser humano, en cada momento de su vida.
Basándose en esta verdad, y sabiendo que nuestras opciones individuales tienen realmente el poder de cambiar el mundo, el Papa convocó una reunión de jóvenes en Asís en marzo de 2020 (que no se llegó a celebrar debido a la pandemia de COVID-19.) . Su objetivo era debatir la condición del mundo con generaciones capaces de pensar en el futuro, en una economía que crece obstinadamente de forma exponencial dentro de un planeta limitado, con recursos finitos. En una economía que mata, cuando debería aspirar al destino fraternal y universal de los bienes.
La Economía de Francisco, inspirada en el Santo de Asís, es por tanto una llamada a todos, empezando por los jóvenes. Es una invitación a la conversión ecológica e integral de cada persona que no es un ecologismo hueco, sino una respuesta a la llamada inicial de Dios al primer hombre y a la primera mujer: «Llenad la tierra y cuidadla». La verdad de todo esto está en las palabras con las que Francisco responde a Dios: ¡Laudato si mi Signore! Alabado seas, mi Señor, por la hermana tierra y todo lo que en ella habita. Esta inseparabilidad entre lo terrenal y lo divino es fundamental para la historia del mundo en que vivimos y para la santidad de cada persona. El desprecio por la integridad y la dignidad de la vida en la tierra es lo que nos traerá la mayor de las pandemias: la indiferencia. Y mientras no exista esa conciencia, puede ser el mayor fariseísmo de los tiempos actuales.
El llamamiento del Papa es, pues, éste: que sepamos ser líderes de los tiempos actuales. Vivir con un espíritu de servicio y misión, inspirado en el Amor más profundo: el de Dios por la Creación. Que además de cuidar de los demás, sepamos cuidar del mundo y tengamos la responsabilidad de abrir las puertas de nuestra vida para que nuestra Luz irradie a todos los que viven en nuestra Casa Común. El santo de hoy lleva dentro el reto de vivir esta exigencia de integridad ecológica, que también forma parte de nuestra historia de salvación. Es en este sentido que el Papa Francisco, en su Carta de Llamada a la Economía Franciscana, nos recuerda que el cambio hacia un mundo más humano y respetuoso con la creación empieza por cada uno de nosotros: «Como os dije en Panamá y escribí en la Exhortación Apostólica Postsinodal Christus vivit: ¡Por favor, no dejéis que sean otros los protagonistas del cambio! Vosotros sois los que tenéis el futuro. A través de ti, el futuro entra en el mundo. …] Trabajar por un mundo mejor … asumiendo un compromiso individual y colectivo para cultivar juntos el signo de un nuevo humanismo que responda a las expectativas humanas y al proyecto de Dios. Que sepamos vivir, hoy, según estos planes de Francisco y liderar el futuro que Dios nos pide.
Fuente: https://www.padresvicentinos.net/
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