¿Recuerdan las instrucciones descritas en el libro del Éxodo al pueblo de Israel en el desierto? Cada mañana, pueden recoger sólo el «maná» suficiente para alimentarse durante el día (Éxodo 16,4-15). Por lo tanto, tienen que salir cada mañana a recoger este grano del cielo. Si recogían más de lo necesario para un día, se pudría de la noche a la mañana. La lección obvia enseña al pueblo que necesita depender del Señor cada día para su comida. Si pudieran recoger lo suficiente para una semana y se mantuviera fresco, podría surgir el peligro de que el pueblo descuidara al Señor los demás días. La tarea diaria les recuerda lo mucho que necesitan a su Dios. Proverbios capta esta verdad para nosotros en una sencilla oración: «Dame sólo el alimento que necesito; no sea que, estando lleno, te niegue, diciendo: «¿Quién es Yahveh?»». (Prov 30,8-9)
Cuando Jesús enseña a sus discípulos a rezar, incluye esta idea en el Padre Nuestro. Les instruye (y nos instruye) para que digan: «Danos hoy nuestro pan de cada día» (Mt 6,11). También nosotros necesitamos dirigirnos al Señor cotidianamente. Nuestra experiencia común deja clara la verdad de esta frase. Me pregunto sobre Jesús y su vida en Nazaret. ¿Veía a José como aquel panadero que proporcionaba regularmente el sustento para la mesa, y tal vez sólo lo suficiente para cada día? ¿Esta preciosa experiencia le permitió a Jesús saber lo importante que era en su vida una constante dependencia del Padre? ¿Le ayudó a entender lo que significaba decir «pan de cada día»?
Dios no da cuerda a nuestro mundo como si de un reloj se tratase, y lo deja funcionar (como han sugerido algunas imágenes de la creación). Cada día nuestro mundo recibe de él vida y orden: el pan de cada día. El simple pan puede simbolizar el gran universo que la Divinidad ha hecho y dentro del cual nos sostiene.
A menudo, la bendición de los pobres proviene de su conciencia de la necesidad. Conocen lo esencial de la vida y rezan por ello con un fervor que brota de la experiencia. No sólo el pan, sino el agua, el vino, el calor y el trabajo son necesidades diarias para ellos, como lo son el aire limpio, la tierra fértil, la educación para sus hijos, el cuidado de sus afligidos y la paz en su tierra. Estos son, por supuesto, elementos básicos para todo ser humano, pero los pobres sienten la necesidad con una intensidad más inmediata. La mayoría de las veces están al borde del abismo. Piden este «pan de cada día» con el hambre del momento. Su santidad reside en el recurso al hacedor de todo para que les atienda a ellos y a los que aman.
En el hogar de Nazaret, José aparece a los ojos de sus seres queridos como el que proporciona el pan de cada día. Su amor y su trabajo llegan a la mesa familiar como comida y bebida. (Sinceramente, eso me hace pensar en el movimiento complementario de cómo el pan y el vino que llevamos al altar en la Eucaristía se traducen en palabra y acción expresadas en el amor).
Esta situación me recuerda la parábola de Jesús sobre los trabajadores contratados a lo largo de un día; todos reciben el mismo «salario diario habitual». ¿Qué sentido tiene esa insistencia en la lección de Jesús? ¿Tiene aplicación cuando rezamos para que «nuestro Padre» nos dé «el pan de cada día»? (¿Ganaba José el equivalente a un «salario diario habitual»?)
La noción de conectar a José en la mente de Jesús con el don del «pan de cada día» capta mi corazón. Veo cómo Jesús asociaría este alimento con el Padre Celestial. ¿Quién busca en nosotros el pan de cada día, de cualquier sustancia?
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