Jesús es el Hijo único que está en el seno del Padre. Por él, somos hijos adoptivos y, por eso, gritamos: «¡Padre!», lo que quiere decir, pues, que somos hermanas y hermanos.
Dice Jesús que su madre, sus hermanas y hermanos son los que hacen la voluntad de Dios (Mc 3, 35). Le importa más que las personas obedezcan a Dios que tengan parentesco de consanguinidad con él. Y se nos enseña lo mismo al aclarar él dónde está la bienaventuranza (Lc 11, 28).
No es que descarte Jesús los lazos de sangre. Solo destaca que ser de él quiere decir seguirle por el camino del amor. Es ser como él y hacer lo que él.
Y Jesús se nos presenta como el que cumple la voluntad del Padre (Heb 10, 9; Jn 5, 30; 6, 38). También solo hace él lo que ve al Padre hacer (Jn 5, 19).
Hay compenetración, sí, entre Hijo y Padre. El primero es imagen del último; el último reivindica al primero (Col 1, 15; Heb 1, 3; Jn 8, 18; 12, 28). Y, claro, se conocen y se aman el uno al otro (Jn 5, 20; 10, 15. 30; 14, 31). Es tan desbordante ese amor que no se puede sino derramar en nosotros (Rom 5, 5). Para que nos entreguemos a Dios y no respiremos más que a Dios (SV.ES XI:431).
Por lo tanto, el Entregado al Padre es también el Enviado del Padre a los pobres. Y fiel a él, Jesús recorre pueblos y aldeas. Enseña él y anuncia la Buena Nueva del reino. Cura además las enfermedades y dolencias del pueblo. Ayuda él a los pobres de todos los modos, y se sirve de sus seguidores y seguidoras para hacerlo. Sí, proclama él la Buena Nueva de «de palabra y de obra» (SV.ES XI:393).
Hermanas y hermanos de Jesús
Al cumplir así su misión, da a conocer Jesús que Dios es, primero que nada, nuestro Padre. Ese Padre procura el bien de todos sus hijos; los quiere solidarios como buenas hermanas y hermanos.
Para ser tales hermanas y hermanos, nos basta con unirnos a Jesús. Esta comunión será como la que existe entre él y el Padre (Jn 14, 20-23; 15, 9-10; 17, 21).
Y los que comulgan con Jesús, comulgan también con el Padre (Jn 14, 6-7. 9. 12. 26; 16, 27). Se hacen además hermanas y hermanos de todos, en especial, de los más pobres. Hermanas y hermanos también de todo, de la luna, las aves, la muerte, del modo del Poverello de Asís. Y es por eso que forman confraternidades. Se comprometen a caminar con los pobres, asumir un estilo de vida sencillo y renunciar a todo símbolo de poder (Pacto de las catacumbas).
Sí, espera Jesús de los suyos que nos unamos a él en pleno. Por lo tanto, de modo infinitamente inventivo nos da de comer su cuerpo y de beber su sangre (SV.ES XI:65). Es que desea que vivamos de su savia, que por medio de un pacto nuevo pase por nuestras venas su sangre. No somos sus parientes de sangre; igual nos quiere él sus concorpóreos y consanguíneos y contemporáneos. Es decir, de la misma carne, sangre y tiempo que él; solos no estaremos (Jn 16, 32).
Señor Jesús, concédenos vivir por tu muerte, morir por tu vida, y estar ocultos en ti y llenos de ti (SV.ES I:320). Así viviremos de verdad como hermanas y hermanos.
6 Junio 2021
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (B)
Éx 24, 3-8; Heb 9, 11-15; Mc 14, 12-16. 22-26
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