En el corazón de la fe cristiana está la afirmación de que Jesús de Nazaret es la Palabra hecha carne (Juan 1,14). Dios se hace humano, no sólo en apariencia —como un avatar o un bodhisattva— sino plenamente humano. Para san Vicente de Paúl, que encontró al Cristo pobre entre los hombres y mujeres que vivían en la pobreza, la vida cristiana estaba profundamente encarnada. Entre los teólogos contemporáneos que intentan articular una posición ecológica cristiana, la carne apunta más allá de la humanidad de Jesús y más allá de la comunidad humana abrazada por Dios en la encarnación a todo el mundo interconectado de la vida carnal. Se trata de una encarnación «profunda», una encarnación en toda forma de vida orgánica y sistema cósmico. En el mundo actual, en el que innumerables organismos han sido destruidos o están amenazados, la cruz de Cristo revela el co-sufrimiento redentor de Dios con la creación en toda su complejidad, lucha y dolor.

En la fe cristiana, las opciones morales están vinculadas a los valores de inversión del mundo del reino de Dios inaugurado en la vida, muerte y resurrección de Jesús. Un reino de relaciones correctas en el que la compasión, la misericordia y el perdón son realidades estructurales, el reino de Dios debe ser vivido y proclamado con un poder convincente. Sin embargo, la ausencia de rectitud en las relaciones actuales entre el hombre y la tierra es cada vez más evidente. En este contexto, la reflexión moral está empezando a afirmar el valor inherente del mundo natural, y el compromiso con la justicia se está ampliando para abarcar a todas las demás especies. La opresión económica, el racismo, el sexismo y el abuso de la tierra se consideran intrínsecamente relacionados.

Gran parte de la tradición católica ha considerado la contemplación como la actividad humana más elevada. El trabajo tenía un estatus mucho más bajo, y se ocupaba en gran medida de satisfacer las necesidades de la vida para mantenernos hasta el momento crucial de nuestra muerte. En contra de esta opinión, el paleontólogo jesuita Pierre Teilhard de Chardin sostenía que Dios se encuentra en los esfuerzos concretos por mejorar el mundo. Dado que Dios está implicado en la evolución, la cooperación con la actividad de Dios en la construcción del mundo es la principal labor del cristianismo. Sin el esfuerzo humano, Dios no sólo no quiere sino que no puede hacer realidad que «venga tu Reino». Está claro que no podemos hacer nada sin Dios: somos causas secundarias que dependen de Dios como causa primaria. Más aún, no podemos salvarnos a nosotros mismos. Pero salvarse es amar a Dios, y no podemos amar a Dios sin querer. Estamos llamados a amar a Dios en toda la extensión, anchura y profundidad del cosmos en evolución.

Para los santos, la condición material de los demás es una cuestión espiritual. Cuando se considera que todo ser vivo es intrínsecamente valioso y que toda la vida existe en redes de interrelación, no hay división entre el espíritu y la carne. Un Dios encarnado es, por definición, mundano. En una teología de la encarnación, cada elemento de la creación, incluidos los seres humanos, se convierte en el individuo único que cuenta la gloria de Dios. Como seres humanos, somos la única criatura que tiene que decidir reflejar a Dios. Y, como nos recuerda el Papa Francisco en Laudato Si, la forma en que reflejamos a Dios es aceptando la responsabilidad del bienestar planetario.

El Carisma Vicenciano y Laudato Si’ es nuestro esfuerzo por compartir varias formas en que los Vicencianos encuentran que su carisma se conecta con Laudato Si’. Animamos a que hagan comentarios sobre estos artículos y damos la bienvenida a todos los interesados en enviar un artículo a Jim Paddon en jpssvp@hotmail.ca.