No es una persona conocida mundialmente, ni siquiera en su Italia natal. Pero es muy conocida por los sin techo de Turín (Italia). Su historia es una muestra convincente de lo que la convierte en una defensora de los sin techo.
Nos referimos a sor Cristina Conti HC, coordinadora de servicios de «La Carità di Santa Luisa», conocida como «Charité», en la calle Nizza 24 de Turín. En el centro de día para y con las personas sin hogar trabajan muchos voluntarios, entre ellos las Hijas de la Caridad.
Recientemente, dos artículos en Famvin nos la presentaron.
Una de las frases que me llamó mi atención:
Las personas sin hogar existen. Llamarlas por su nombre es una cuestión de humanidad y fraternidad, reconocerlos con un documento personal es construir una sociedad sana, unida, abierta y creativa.
Sin residencia no hay oportunidades reales de promoción civil, social o cultural
La residencia puede ser la mano ofrecida para reanudar el viaje.
Recientemente le preguntaron: «¿Cómo ve a las personas sin hogar y qué representan?».
Son personas a las que quiero profundamente. A cada uno de ellos, con su rostro, su historia, sus sentimientos. Cada uno de ellos es el Señor que viene a mi encuentro.
Depende de mí dejar que Él me encuentre. Me mira con sus ojos. Me habla con sus palabras. Cada uno de ellos es el Amor de mi vida en forma siempre nueva, inesperada, exigente, molesta, a veces casi inaceptable humanamente…
Estos encuentros me ponen siempre en cuestión. ¡Y cuánto aprendo de estas personas! Me encanta llamarlos por su nombre, escucharlos, valorarlos, traerlos a mi pensamiento y a mi oración.
Cuando se le pregunta qué significan para ella las palabras de San Vicente de Paúl, «caridad afectiva y efectiva», su respuesta revela las raíces de sus creencias y de su acción
Soy Hija de la Caridad porque creo en el Amor de Dios. Un Amor que se revela plenamente en la humanidad. La verdadera y profunda humanidad de Cristo y la humanidad expresada en todos, hermanos y hermanas en Él.
Así que nunca hay que separar la humanidad de la acción. Nunca hay que separar la humanidad de la persona —que acoge y es acogida— del problema y de la búsqueda de su solución.
Estamos hechos de sueños y necesidades, de sentimiento y de carne, de «la misma carne» (Is 58). Estamos hechos de fragilidad e ímpetu, de esfuerzo y determinación. Llegar a nuestro corazón en Dios, llegar al corazón del otro, puede ser un viaje duro y doloroso… pero qué alegría al conseguirlo.
San Vicente decía que no podía amar a Dios si su prójimo no le amaba, lo que hoy quizás se podría traducir para todos: «Nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar» (Fratelli Tutti, nº 87).
Hay mucho alimento para nuestra formación personal en sus palabras.
¿Algún otro pensamiento?
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