Jesús es la Palabra del Padre. No habla él por su cuenta; el Padre que lo ha enviado le ordena lo que ha de hablar (Jn 12, 49). A nuestra vez, hemos de hablar lo que nos dice Jesús.
Comienza a hablar Dios y, sin más, se pone en marcha la creación. Es decir, nada más hablar él, el cielo se crea, el mundo existe, todo surge (Sal 33, 6. 9-10). Por medio de la Palabra se hace todo, y sin ella no se hace nada (Jn 1, 3).
Y ese poder se nota en Jesús. Pues él no es solo el profeta definitivo que Dios ha suscitado; es también el Hijo de Dios. Por él, Dios nos habla en esta etapa final (Heb 1, 2).
Es por eso que se asombra la gente. Queda patente la autoridad de Jesús. Y esa autoridad no es la de los tiranos. Éstos se agrandecen por oprimir a los pequeños y por hacer de ellos siervos y esclavos (Mc 10, 42).
La grandeza de Jesús, en cambio, está en servir, en hacerse esclavo, en dar aun su vida. Quiere que, como hombres e hijos también de Dios, alcancen todos la plena madurez. Busca él, más que a nadie, a los desechados en las periferias.
Al igual que su Maestro han de hablar los discípulos.
Así que los que pretendemos seguir a Jesús hemos de hablar al igual que él. Esto, pues, quiere decir aprender de él; nos tendrá que capacitar él. Este Tiempo Ordinario, por lo tanto, es para la capacitación, para lograr al final, sí, ocuparnos del todo en Jesús (SV.ES I:320).
Nos quiere él hombres de virtudes, es decir, de fuerzas. Pues quiere que todo lo que él espera de nosotros se nos haga habitual y forme parte de nuestra naturaleza. Y así nuestros primeros impulsos se encaminarán hacia el buscar nosotros el interés de los demás. No hacia el encerrarnos en nuestros intereses.
Y lo tenemos que dejar a Jesús, sí, que nos dé la lengua de los iniciados. Pues nos falta saber cuáles palabras decir a los abatidos (véase Is 50, 4-7). Palabras sabias que fortalecen, purifican, tranquilizan, sanan, despiertan esperanza (Sal 49, 3; 107, 20; 119, 11. 16. 19. 28). Palabras sinceras capaces de llevar a Dios aun a los más enfadadosos (SV.ES IX: 916; Sal 147, 18). Palabras de amor que echan fuera el temor (Sal 143, 8).
No, los cristianos no hemos de hablar alto, de fundarnos en la propia autoridad. Se nos prohíbe también hablar a tontas y a locas, hablar gordo o recio. Y que no salga de nuestra boca ninguna palabra grosera, sino solo la que sea buena para edificar y para bendedir (Ef 4, 29).
Es decisivo, claro, que hagamos lo que decimos, que enseñemos con nuestra vida. Pues si no, hablaremos por hablar.
Señor Jesús, haz que nosotros, antes de hablar, te escuchemos atentos. Que nos fijemos, a la vez, en lo que nos pones delante. Así hablaremos al igual que tú y prepararemos para los demás y para ti algo semejante (san Agustín).
31 Enero 2021
4º Domingo de T.O. (B)
Dt 18, 15-20; 1 Cor 7, 32-35; Mc 1, 21-28
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