De forma admirable, Dios se hace hijo de la familia del hombre, para que seamos de la familia de Dios.
Les resulta admirable a los padres lo que oyen decir de su niño. Es como si nada de la admirable Nueva Buena de su hijo se les anunciara antes.
Pero así son los humildes; les resulta cada vez más admirable la Palabra de Dios. Pues aun antigua, es siempre nueva (san Agustín) Por lo tanto, los humildes se admiran de ella siempre.
Y siempre desafía la admirable Palabra a los que le prestan atención. Es por eso que es tremenda; por lo tanto, ante ella se estremecen ellos (Is 66, 2). Ante ella, queda clara la actitud de muchos corazones.
La Buena Nueva pide también que nos ajustemos a ella. Es decir, ser pequeños nosotros, indefensos, abandonados en manos de Dios al igual que el niño Jesús. Él es el primogénito entre los pobres de Yahveh, como Simeón y Ana.
La Palabra, sí, nos llama. No nos quiere encerrados en nosotros mismos por miedo a lo que haya afuera (SV.ES XI:397). Pues encerrados en nuestros intereses, nos faltarán los sentimientos de Cristo (Fil 2, 4-5). Ni seremos maduros al igual que él (Ef 4, 13).
Admirable y tremendo intercambio entre familias
Con respecto, pues, a nuestras familias, ellas han de ser de la admirable famila de Dios. Esto quiere decir que en ellas hay amor, respeto, servicio y auxilio.
Pero no me basta con amar a Dios si no lo ama mi prójimo (SV.ES XI:553). Tampoco nos basta, pues, con ser nuestras familias de la familia de Dios, si otras no lo son. Así que no nos podemos ensimismar afanados por nuestras seguridades. Ni en los momentos difíciles, cuando más necesitamos la solidaridad.
De verdad, ninguna crisis nos ha de cerrar las entrañas. Pues no es hora para amasar las cosas que podamos agarrar con las manos. Es hora, más bien, para abrir la mano a los pobres.
Le toca, por lo tanto, a la familia procurar la misericordia, la justicia, la comprensión. Avivar las llamas del Espíritu (J. Freund).
Y hay que dejar que la familia de Dios desafíe a nuestras familias. Pues Jesús ha de estar en la casa de su Padre (Lc 2, 49). Y no es cierto que él no está en sus cabales (Mc 3, 21). Lo que es cierto es que toma él por madre y hermanos a los que cumplen lo que quiere Dios (Mc 3, 35).
Ajustada a la Buena Nueva, la familia humana será como la levadura que fermente las demás familias. Será como el muchacho que comparte sus pocos panes y peces, hasta que se sacien unos cinco mil. Hasta que las familias formen parte de la familia de Dios, en la que no habrá extranjeros (Ef 2, 19).
Señor Jesús, al igual que Simeón y Ana, te esperamos. Ven y consuélanos de forma admirable.
27 Diciembre 2020
Sagrada Familia (B)
Gén 15, 1-6; 1, 1-3; Heb 11, 8. 11-12. 17-19; Lc 2, 22-40
Feliz Navidad.Unidas en la oración.