Como el Padre Amoroso que es, Dios caminó conmigo paso a paso y me hizo lo que soy hoy… A veces me veo como Pedro, un hombre que le dijo a Jesús que nunca lo dejaría o lo negaría, «aunque tenga que morir contigo, nunca te repudiaré» (Mt 26,35), más tarde lo negó no una, sino tres veces. En su debilidad, Pedro fracasó. Sin embargo, Jesús, en su amor incondicional, no sólo lo perdonó, sino que le devolvió la confianza y le dijo que cuidara de sus ovejas.
El proceso de sanación de Pedro lo conocemos bien gracias al evangelio de juan (Jn 21,15-19), cuando Jesús le preguntó tres veces a Pedro si lo amaba. «Simón hijo de Juan, ¿me amas de verdad más que éstos?» (Jn 21,15). Sé que, cada día, Jesús me hace la misma pregunta: Diala, hija de Abraham, ¿me amas?
Al principio, cuando Jesús me preguntó: «¿Me amas?» yo respondía: «Sí, claro que sí… Soy una cristiana practicante, voy a misa todos los domingos, me confieso, participo en todas las ceremonias que se celebran en mi parroquia. ¿Qué debo hacer más que eso?»
En 2007, solía ir con mi hermana a la casa de los padres de la misión, en Mejdlaya, en el norte del Líbano. Al principio, era para mí una especie de reunión donde los jóvenes se reúnen para rezar y divertirse. Igual que san Vicente en el inicio de su vida adulta cuando buscaba dinero, yo buscaba amigos y diversión. Cada vez era más interesante, cuanto más sabía, más quería saber. La formación que solíamos tener en MISEVI en aquel tiempo me ayudó a construir una relación personal con Dios, descubriendo su amor infinito, su misterio, y el camino que Dios ha puesto ante mí.
Llegó el verano, y se inició una nueva experiencia. Las misiones al pueblo fueron donde encontré a Dios de otra manera. Descubrí que Él puede estar en esos niños pequeños, jóvenes adolescentes y ancianos que solíamos visitar en sus casas. Descubrí, como san Vicente, que Dios se manifiesta en los pobres que me rodean, y aún más hermoso fuedescubrir que Dios se me reveló a través de la gente a la que servía. Esperaba llevarles a Dios, pero eran ellos los que me traían a Dios.
En ese momento, cuando Jesús me preguntaba, ¿me amas? Yo solía decir, al igual que Pedro, «Sí, Señor, tú sabes que te amo. Me tomé mis vacaciones para ir a la misión, difundiendo TU palabra, predicando sobre ti… ¿qué más podía hacer?»
Más tarde, encontré a Dios en los acontecimientos cotidianos… en esos momentos tristes, tiempos de pruebas. Fue entonces cuando empecé a invocar a mi Padre, y la pequeña capilla se convirtió en mi santuario, mi escapada, mi hogar… y la gran pregunta comenzó a surgir en mi cabeza: ¿por qué me está pasando todo esto? Durante un encuentroi con mi consejero espiritual, me empezó a hablar de la vocación. Mi primera reacción fue: «¿Yo? Imposible… las hermanas huirán…» Pero Dios hace que los milagros sucedan, y las cosas que nunca pensamos que podrían ser posibles, se convierten en realidad: «Porque para Dios nada hay imposible» (Lc 1,37)
Muchas veces huí de mi vocación, pensando: «No soy digna», y diciendo: «No tengo nada. ¿Qué puedo ofrecerte? No quiero ir y convertirme en tu servidora con las manos vacías. ¿Qué podrías ver en mí?» Y cada vez que ponía un obstáculo en el camino, Dios lo manejaba todo… Al final, entendí que nuestra vocación es simplemente, como la de María, un «Fiat» para un amor más grande. «Es simplemente una respuesta de amor a una llamada de amor» (C 29. b)
En mi cumpleaños del año 2015, recuerdo muy claramente estar de pie en la iglesia y decir: «Sólo dime qué quieres que haga… ¿Debería ser una Hija de la Caridad o ir a la misión de AD GENTES con MISEVI para contarle al mundo sobre ti?»
Después de un largo camino en el grupo de discernimiento de las Hijas de la Caridad, escribí mi primera carta pidiendo ser admitida como postulante con las Hijas de la Caridad y un nuevo camino comenzó, una nueva vida. Fui admitida en la fiesta de San Vicente de Paúl, el 27 de septiembre de 2015.
En el seminario, cuando escuchaba a Jesús preguntándome si lo amo, le decía: «Sí, mi Señor, te amo… dejé el mundo para ser sólo para ti. Consagré mi vida para servirte en todos, especialmente en los pobres».
Ahora, después de cuatro años de vocación, todavía puedo oírle decir: Diala, hija de Abraham, ¿me amas? Ahora le respondo: «Señor, me conoces más que yo misma. Conoces mi más profundos deseos y mis mayores temores».
Amar es como decía San Vicente: «El amor no es sólo afectivo, también está el amor efectivo…» No es fácil amar incondicionalmente como Jesús nos pidió que hiciéramos… no es fácil, pero no es imposible. Mientras me concentro en Jesús, puedo exclamar en voz alta: «Señor, sabes que te amo, y sé que me darás la gracia de poder amar como tú amas».
Sor Diala Farah,
Hija de la Caridad
¡Enhorabuena, Diala Farah!. Me gustan las jóvenes valientes y decididas, como tú. El Señor sigue llamando. Pidamos para que muchas/os jóvenes, escuchen esa voz y la sigan con entrega y generosidad. Los Pobres, nos necesitan; y nosotros necesitamos de ellos. El Señor, nunca se deja vencer en generosidad. Todos, estamos llamados a salvar el Mundo con nuestro AMOR y Servicio. Seamos valientes y decididos, como lo fueron San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac .»El Amor es creativo hasta el infinito».
Que seas cada día más feliz, en tu entrega y Servicio a los Pobres y en todas las personas que te necesiten. Siempre unidas en la oración. Un fuerte abrazo.
Una Hija de la Caridad