Cada semana, un miembro de la Familia Vicenciana nos compartirá una porción su experiencia en estos últimos meses. Desde lo íntimo de su corazón, propondrá un mensaje de esperanza, porque (estamos convencidos) también hay lecciones positivas que aprender de esta pandemia.
El cambio no ha sido sustancial, aunque hemos experimentado, aun contando con la intensa comunicación que hemos mantenido (teléfono, video llamadas, internet,….), soledad y aislamiento. Nuestra naturaleza relacional exige la presencia viva y real.
Ante todo, hemos sentido vulnerabilidad. Hemos percibido que nuestras seguridades eran ilusiones y esta pandemia nos ha reflejado nuestra fragilidad.
Junto a lo anterior, hemos visto el interés de los demás por nosotros, no sólo de aquellos con los que nos relacionamos habitualmente, sino también con los que solo nos relacionamos de modo esporádico; Con éstos también hemos establecido una relación nueva en este tiempo tan especial de pandemia. Ha sido una grata ocasión para rehacer contactos e infundir/recibir ánimo y esperanza.
Frente a la vulnerabilidad que antes citaba, hemos experimentado indefensión: ¿qué hacer?, nos preguntábamos indecisos y perplejos. Hemos experimentado en nuestra propia carne, que estamos en las manos misericordiosas de Dios.
También revoloteaba por nuestras cabezas la idea de si la actividad humana con la naturaleza, de explotación continua, con el exclusivo fin del mayor rendimiento económico, no habrá, de alguna manera, facilitado los aspectos más dañinos de la pandemia.
Más arriba he mencionado que nos hemos convertido todos en emisores/receptores de esperanza, y suplido, con los medios disponibles, la sensación de soledad.
Respecto a los más necesitados, esos mismos medios de comunicación nos han facilitado conocer con más precisión sus carencias; antes, envueltos en nuestras habituales preocupaciones y ensimismados en nuestros problemas, se nos escapaban de la mente. Por otra parte, a través de esos medios, hemos podido contribuir a aliviar el sufrimiento de los demás y sus carencias o necesidades perentorias.
Por pura coincidencia, en los días previos al confinamiento, estaba leyendo un libro que un médico, amigo mío, ha publicado sobre las limitaciones de la medicina, a pesar del avance científico y técnico, para resolver todos los problemas de salud.
El espejo en el que me mirado me ha ayudado a comprender lo débil y quebradizo de mi naturaleza, de toda naturaleza humana; a pesar de que este ejercicio de autoexamen lo hacemos algunos con alguna frecuencia, nunca como ahora nos hemos percatado tan descarnadamente de nuestra contingencia, sin haberlo experimentado personal o familiarmente.
¿Qué hacer de cara al futuro? No cabe duda, bucear y reconocerme frágil y dependiente, precisado de protección y confiado en el Señor.
Benito Núñez
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