Hace algunos años, mi hermana, enfermera de cuidados intensivos de una reconocida Agencia de Atención Médica Domiciliaria, escribió un artículo en un periódico local sobre el cuidado de pacientes confinados en casa. Lo tituló «Quien Manda», copiando el título de una popular sitcom televisiva de la época.
Ella quería señalar que los pacientes deben tener voz en decidir su protocolo de tratamiento, para que sea exitoso. Que los cuidadores deben escuchar a los pacientes y tomar sus opiniones en serio, en vez de pensar que solo el profesional capacitado sabe qué hacer y cómo. Después de todo, ellos son los profesionales, y si no, ¿para qué tanto estudio y preparación?
Recordé todo esto mientras leía Street Homelessness and Catholic Theological Ethics [Sinhogarismo y Ética Teológica Católica], co-editado por Mark McGreevy, coordinador de la Alianza FamVin con los sin hogar (FHA). La Alianza es el singular proyecto común de las 160 ramas de la Familia de san Vicente de Paúl, patrono universal de las obras de caridad de la Iglesia Católica. La Familia sirve actualmente en 156 países.
Esperaba capítulos llenos de llamamientos a la promoción y el cambio estructural, para eliminar el fenómeno de la falta de vivienda, como componente necesario para poner fin a la pobreza. Pero el primer capítulo trata de «encontrar y acompañar» a las personas sin hogar como parte de la «revolución de la ternura» que el papa Francisco proclama. A continuación se habla de Empatía, Humanidad y Hospitalidad.
Inmediatamente pensé: «oh no, por favor, que no se espiritualice demasiado un problema social crítico». Como muchos hacen solo ofreciendo «pensamientos y oraciones» después de tiroteos fatales, sin hacer ningún esfuerzo para solucionar el tema concreto.
¡Qué equivocado estaba! Momentáneamente olvidé lo que san Vicente nos enseñó: que no se trata tan solo de hacer el bien en el mundo, sino de hacerlo bien. Como cuando él habló de alimentar a los hambrientos, darles pan y sopa, pero también una taza, una cuchara y una servilleta, para que puedan comer con la dignidad que merecen.
Confrontar el problema sistémico de la falta de hogar, y, de hecho, de todas las formas de pobreza que deshumanizan a tantos, es el objetivo legítimo. Pero también es necesario comenzar con el método correcto de «escuchar y acompañar» porque es esencial el cómo se realiza el cambio.
Muchos de nosotros hemos aprendido que el verdadero y duradero cambio de los sistemas que atrapan a tantas personas en la pobreza se produce de abajo hacia arriba, no de arriba hacia abajo. No de los que ostentan posiciones de poder, ni de los gobiernos. La pobreza, incluida la falta de vivienda como componente clave, no puede ser borrada mediante decretos, ni ciertamente no se solucionará con promesas políticas. Vendrá desde las víctimas de la injusticia, de las personas que sufren el problema, que son los verdaderos «expertos» en los temas. Deben ser escuchados, deben estar involucrados y deben actuar. Pero no lo harán a menos que nos acerquemos a ellos, se les escuche, se les acompañe y se les tome en serio.
Los autores del primer capítulo ofrecen un poderoso testimonio sobre su encuentro con las personas sin hogar. En sus contactos en la calle descubrieron que no se trata principalmente de dar ayuda, sino de construir relaciones. No el desarrollar nuevos círculos sociales o reemplazar a los amigos, sino desarrollar relaciones amistosas de confianza y respeto con aquellos que experimentan la falta de hogar. Una descripción posterior en el libro lo resume maravillosamente:
Todo comienza con las conexiones de persona a persona, de ser humano a ser humano. No se produce cuando la persona con una posición privilegiada busca salvar o cambiar a la persona que está sufriendo. Más bien debe haber una profunda escucha de las palabras, los sueños, las esperanzas que ya están dentro del individuo.
Ese tipo de escucha no es fácil para la mayoría de nosotros, en una época que limitada capacidad de atención y sobrecargas de información las 24 horas del día. Pero, si nos involucramos en el proceso de verdadero acompañamiento, ambas personas pueden cambiar de manera significativa y positiva. Tal vez incluso «convertidos» a la manera vicenciana: evangelizamos y servimos a los pobres, y nosotros mismos nos convertimos en el proceso.
Esta es la «cultura del encuentro» de la que habla el papa Francisco. Es la amada comunidad de Martin Luther King Jr. Es un pedazo del Reino de Dios que se supone que debemos construir en la tierra.
Significa que nadie tiene casa hasta que todos tengan un hogar. Significa escuchar a los verdaderos expertos aquí. Y cómo llegamos ahí depende de cómo empecemos.
Jim Claffey,
representante de la ONG de la Congregación de la Misión ante la ONG
Addendum: ¿Estás preocupado por la falta de vivienda? Visita www.vfhomelessalliance.org para saber más o para unirse a la campaña «13 casas».
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