En 1845, en las calles de París, Victor Hugo observó el mismo incidente que desencadenó la trama de su famosa novela, Los Miserables. En un día soleado pero frío, vio a un hombre empobrecido ser arrestado por robar una barra de pan. Mientras el hombre estaba de pie en la calle, un carruaje ornamentado se detuvo a su lado. Dentro había una mujer deslumbrantemente hermosa vestida de terciopelo, jugando con un niño escondido bajo cintas, bordados y pieles. El pobre hombre miraba a la mujer del carruaje, pero ella lo ignoraba por completo. Hugo escribió que veía a este hombre como el espectro de la miseria, el fantasmagórico aviso a plena luz del día, a pleno sol, de la revolución aún sumida en las sombras de la oscuridad pero saliendo de ellas. Desde el momento en que él se dio cuenta de la existencia de ella, mientras ella permanecía inconsciente de la suya, una catástrofe era inevitable.
A la luz de ese acontecimiento, las líneas finales de la producción musical de la novela de Victor Hugo son bastante poderosas: amar a otra persona es ver el rostro de Dios.
Federico Ozanam, que vivía en París cuando ocurría el incidente mencionado, conocía el significado de esas palabras. Fue uno de los siete miembros fundadores de la Sociedad de San Vicente de Paúl, jóvenes que fueron asesorados en su acercamiento a los pobres de París por sor Rosalie Rendu, HC; en una ocasión declaró: «Dios solo lo vemos con los ojos de la fe, y nuestra fe ¡es tan débil! Pero a los hombres, a los pobres, los vemos con los ojos de la carne, están ahí, y podemos meter el dedo y la mano en sus llagas, y las huellas de la corona de espinas son visibles en sus frentes… ellos [los pobres] sufren lo que nosotros no podemos sufrir, están entre nosotros como mensajeros de Dios para probar nuestra justicia y nuestra caridad y para salvarnos por nuestras obras» (Federico Ozanam, carta a Louis Janmot, 13 de noviembre de 1836). Federico aprendió a escuchar el lamento de los pobres, hombres y mujeres con los que se encontraba dondequiera que fuera… gente a la que, como Vicente de Paúl, se refería como sus amos y señores… gente para la que, hasta el momento de su muerte, encontró formas de responder a sus lamentos.
El papa Francisco también entiende el significado de las palabras que se usan para titular este artículo. En su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, afirma: «La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así ‘olor a oveja’ y éstas escuchan su voz» (EG, #24). Luego continúa diciendo: «El imperativo de escuchar el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno» (EG, #193).
Luego resume su pensamiento diciendo: «Quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos» (EG, #198).
Todo esto plantea muchas preguntas:
- Federico declaró que los pobres están entre nosotros como mensajeros de Dios … ¿cuál es el mensaje que Dios está tratando de comunicarnos durante este año de 2020?
- Federico dice más adelante que los pobres ponen a prueba nuestra justicia y nuestra caridad … ¿qué hemos hecho por el más pequeño de nuestros hermanos y hermanas de hoy?
- ¿Cómo, en palabras del papa Francisco, hemos asumido el olor a oveja?
- ¿Qué hemos aprendido tú y yo de los pobres? ¿Cómo nos han evangelizado?
Para leer la primera parte I, haga clic aquí.
Para ver otros artículos de esta serie, haz clic aquí.
0 comentarios