En Ef 2,4-5, San Pablo nos dice: «Dios, que es rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo».

Dios, que es rico en misericordia. Es un misterio que merece reflexión en nuestro mundo moderno. Como misioneros arrojados a nuestra suerte con personas que no siempre sienten la misericordia y el amor de Dios, el concepto de un Dios rico en misericordia debería tocar el núcleo de nuestros corazones.

Nuestra mentalidad ultramoderna parece oponerse a entender a Dios como un Dios de misericordia. La nuestra es una era de desarrollos notables en ciencia y tecnología, que nos han llevado a creer que tenemos dominio sobre la tierra, ¡e incluso el espacio exterior! ¿Qué necesidad tenemos de un Dios misericordioso en una sociedad que se enorgullece de su autonomía e independencia? Somos los dueños de nuestros destinos; somos un pueblo con determinación propia. Todos pueden por esfuerzo propio lograr el éxito. Nada nos supera si solo nos esforzamos más que todos los demás. Cuando algo o alguien se interpone en nuestro camino, nos sentimos libres de deshacernos de ellos. Seamos testigo de la práctica cada vez mayor en nuestra sociedad del aborto, la eutanasia y la pena capital.

Entonces, en este contexto, ¿cuál será nuestra respuesta a ese gran amor de Dios nuestro Padre, que es tan rico en misericordia? ¿Cómo podemos ser los portavoces de Dios en el mundo? ¿Cómo podemos convertirnos en socios del Dios Trino en el plan de redención? Encontramos las respuestas a estas preguntas en la vida terrenal y el ministerio de Jesús.

Ante su propia gente del pueblo en Nazaret, Jesús se refiere a las palabras del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar la buena nueva a los pobres. Me ha enviado para proclamar la liberación de los cautivos y recuperar la vista de los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año favorable del Señor” (Lc 4, 18-19). Estas frases, según Lucas, son su primera declaración mesiánica. Les siguen las acciones y las palabras que tan bien conocemos de los Evangelios.

Mediante estas acciones y palabras, Jesús hace al Padre presente entre nosotros. Es muy significativo que las personas en cuestión sean especialmente los pobres, los que no tienen medios de subsistencia, los privados de su libertad, los ciegos que no pueden ver la belleza de la creación, los que viven con el corazón destrozado o sufren de injusticia social y finalmente, los pecadores.

A través de su estilo de vida y sus acciones, Jesús reveló que el amor está presente en el mundo en que vivimos, un amor que abarca todo lo que constituye nuestra humanidad. Frente a este gran amor, no podemos evitar notar nuestra propia fragilidad humana, tanto física como moral. Sin embargo, este amor manifestado en la esfera humana es precisamente lo que en el lenguaje bíblico se llama «misericordia».

Jesús hace de la misericordia un tema principal de su predicación. Todos estamos familiarizados con la parábola del hijo pródigo (Lc 15: 11-32) y la parábola del buen samaritano (Lc 10: 30-37). Muchos pasajes del Evangelio nos muestran la misericordia de Dios de maneras nuevas. Solo necesitamos considerar al Buen Pastor que va en busca de la oveja perdida (Mt 18: 12-14; Lc 15: 3-7), o la mujer que barre la casa en busca de la moneda perdida (Lc 15: 8- 10) El evangelista Lucas, en particular, trata estos temas de las enseñanzas de Jesús, ganándose su evangelio el título de «el Evangelio de la misericordia».

En sus momentos tranquilos con Dios, reflexione sobre sus propias experiencias del amor y la misericordia de Dios. Recuerde sus propios incidentes «pródigos» cuando haya sido abrazado por el Padre, rico en misericordia.  ¿Cómo le ha ayudado su experiencia del amor y la misericordia de Dios a ser portavoz de Dios en el mundo?

Pat Regan, MCA