Durante el colapso del Covid-19, el mundo está sufriendo inmensamente, y las consecuencias dañinas de esta crisis, tanto sanitarias como económicas, seguirán sintiéndose en los próximos meses y años.

Lamentablemente, se espera que las tasas de desarrollo humano disminuyan, el Producto Interior Bruto de las naciones se reduzca, el número de muertes aumente y la pobreza tienda a crecer. Es una realidad terrible, que nunca imaginamos que experimentaríamos.

Sin embargo, la crisis del coronavirus no es la única pandemia que tenemos que enfrentar juntos. En la humanidad se están multiplicando otras «enfermedades sociales» y se están extendiendo también las «enfermedades espirituales», sobre las que sería necesaria una unión mundial, como estamos viendo con Covid-19.

Cada año se cometen 6 millones de abortos (pandemia de la muerte). Todos los días, 820 millones de personas sufren restricciones en la alimentación adecuada (pandemia del hambre). De los casi 8 mil millones de habitantes del planeta, 7 mil millones no conocen a Cristo (pandemia espiritual). El número de personas sin trabajo en el mundo ya alcanza los 250 millones (pandemia de desempleo). Nuestra juventud es estimulada diariamente a las adicciones (pandemia de las drogas). Un millón de seres humanos se suicidan cada año (pandemia de la desesperanza). Los refugiados ya suman 70 millones de personas (pandemia de la vulnerabilidad). Hay países en los que el saneamiento básico sólo llega al 10% de los hogares (pandemia sanitaria). La desinformación y las noticias falsas están creciendo en los medios de comunicación (pandemia mediática). Millones de personas viven solas, sin familia y sin esperanza (pandemia de la soledad).

Estas son algunas pandemias aterradoras que debemos enfrentar con la misma fuerza, voluntad, dedicación y seriedad. ¿Los agentes políticos, la prensa y la sociedad civil sienten la misma repugnancia por estas otras pandemias? ¿Existe, de hecho, una presunta «unión global» contra estos otros males sociales? ¿Será la gente ya insensible a esta triste realidad? Tal vez el mundo ha despertado ahora sobre el Covid-19 porque es una enfermedad que afecta a todos, mientras que las otras dolencias eran, sobre todo, perjudiciales para los más pobres.

La Sociedad de San Vicente de Paúl ha tratado a lo largo de la historia de dar testimonio de la caridad, luchando contra estas pandemias sociales, como las citadas en este artículo. Durante la fundación de la primera Conferencia de Caridad, por ejemplo, Francia se vio inmersa en una angustiante epidemia de cólera. El propio beato Antonio-Federico Ozanam, uno de los siete fundadores, es considerado uno de los precursores de la Doctrina Social de la Iglesia, al indicar la perspectiva cristiana y la manera justa de tratar, en la práctica, todos estos desafíos de la vida humana.

Creo que la crisis actual es bastante seria, y necesita ser enfrentada con responsabilidad y urgencia, con la unión de todos, sin divisiones políticas o ideológicas. Pero no olvidemos estas otras pandemias, igualmente desastrosas, que conviven con nosotros día a día, pero que no nos llaman tanto la atención y que quizás ya han producido «anticuerpos de insensibilidad». ¿Permanecemos impasibles, apáticos e indiferentes? ¿No tenemos la fuerza para todo esto? ¿Haremos como el levita que «vio y dio un rodeo» (Lc 10,32)?

Nosotros, vicentinos, que somos activos en la Iglesia y en la sociedad civil, debemos desempeñar un papel estratégico, responsable y ejemplar para señalar las injusticias y luchar por la dignidad de los hijos de Dios. La ira y la rebelión de Jesús cuando estaba en el templo (Mc 11,15-18) también debería ser causa de nuestra indignación. Lo llamado «políticamente correcto» debe dar paso a lo «evangélicamente justo».

Por lo tanto, denunciemos —con caridad, amor y respeto, sin temor, con autenticidad y verdad— las desigualdades sociales que hacen estragos. Que la empatía y la solidaridad crezcan entre nosotros.

Consocio Renato Lima
16º Presidente General de la SSVP