Durante la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos celebrada en enero, la parroquia anglicana de Santa María Magdalena y la católica de San José, en Sunderland (nordeste de Inglaterra) organizaron actos conjuntos. También en Cuaresma, Semana Santa, e incluso en mayo, el mes de María. El buen entendimiento se debe a que la comunidad anglicana depende de la Compañía de Sacerdotes de la Misión, formada por pastores anglicanos célibes que se identifican con el carisma de san Vicente de Paúl. De hecho, pertenecen a la Familia Vicenciana, formada por más de 150 entidades, sobre todo católicas: colaboran económicamente (en diez años han enviado 22.000 euros a su proyecto en Haití) y hace pocas semanas han participado en su Asamblea General.
En los difíciles años 30 del siglo XX, los superiores de tres congregaciones religiosas anglicanas y el arzobispo de Canterbury lanzaron un llamamiento. Buscaban pastores dispuestos a dedicarse a las comunidades más pobres. Trabajarían sobre todo en barrios obreros, que habían crecido en la época industrial y ahora eran duramente golpeados por el paro.
En estos lugares, la Iglesia anglicana no podía ofrecer casa y manutención a un pastor con su familia. Por eso —rezan sus constituciones— los sacerdotes de la Misión debían «consagrándose totalmente a esta misión, mantenerse libres de vínculos familiares y vivir con sencillez». Eran el equivalente a una sociedad sacerdotal, no una comunidad, pero al principio solían compartir alojamiento. Algunos son párrocos, otros «han trabajado o trabajan con personas sin hogar, en colegios, como capellanes de hospitales y cárceles, y como misioneros», apunta Beresford Skelton, superior desde 2012 de la compañía y responsable de Santa María Magdalena. Todo ello buscando, como pedía san Vicente de Paúl, «continuar la misión de Cristo, que es principalmente predicar la Buena Noticia a los pobres». Unas palabras de las constituciones de la Congregación de la Misión (misioneros paúles) que recoge el texto fundacional de esta sociedad anglicana.
El año de la división
Así, como poco más que una intuición, vivían su carisma vicenciano. Hasta 1992. Cuando la Iglesia de Inglaterra decidió ordenar mujeres, la compañía se rompió: 19 miembros pidieron ser admitidos en la Iglesia católica. Los 17 restantes, aunque en general tenían reparos hacia el sacerdocio femenino, se mantuvieron anglicanos. Skelton estaba en el segundo grupo, aunque reconoce que en ese período «difícil y triste» se planteó hacerse católico.
Ya vivía el celibato, y aunque al principio fue difícil de aceptar para su familia («salvo para mi madre»), lo experimenta como «un don que le hago a Dios y que pido que use para Su mayor gloria». Confiesa también que santos como san Vicente de Paúl, san Juan Bosco, san Francisco de Sales o san Francisco de Asís «siempre han estado muy cerca de mi corazón, y he aprendido de ellos a servir mejor a Cristo y a su Iglesia».
En ese tiempo de dudas, llegó a pedir consejo al obispo católico de Hexham y Newcastle. «Me respondió que mi gente me necesitaba, y que sería contrario a las enseñanzas del Buen Pastor dejar al rebaño sin pastor» justo en una época en la que el cierre de los astilleros, de las minas y de las acerías de Sunderland habían generado un clima cercano a la desesperación.
«Dependía de nosotros mostrar que podíamos superar la desesperanza y levantar a nuestra gente con nosotros».
La extinción, o un nuevo camino
Pero «realmente nos preguntábamos si íbamos a sobrevivir», reconoce el superior. La disolución era una opción muy real. Durante un capítulo general extraordinario en 1994, el entonces director provincial de las Hijas de la Caridad, padre Fergus Kelly, hizo hincapié en la afinidad que compartían con la Familia Vicenciana. Comenzó así un proceso de renovación que duró cuatro años, y durante el cual dos paúles y dos hijas de la Caridad los ayudaron a profundizar en este vínculo. El camino concluyó, en 1998, con una peregrinación a la casa madre de ambas congregaciones en París.
Otro momento clave para Skelton fue en 2008, «cuando el superior general de la Copngregación de la Misión, el padre Gregory Gay, participó en nuestro capítulo general y predicó en la renovación anual de nuestras promesas». En los días de enero en que los cristianos de todo el mundo rezaban por la unidad visible con el lema Nos mostraron una humanidad poco común, el pastor anglicano subraya que esta vinculación «nos ha dado la percepción de una unidad que ojalá un día llegue a toda la Iglesia».
Autora: María Martínez López
Publicado en Alfa y Omega, número del 23 al 29 de enero de 2020
0 comentarios