Jesús ha ido al cielo. Y desde su trono mira a la tierra, para levantar del polvo al desvalido y alzar de la basura al pobre (Sal 113, 6-7).
Jesús manda a sus seguidores que aguarden al Espíritu Santo. Y en seguida, preguntan si ya se le va a levantar de nuevo al reino de Israel.
Es por eso que aclara él que no les toca saber lo que Dios se ha reservado. Lo que, sí, les toca es dar testimonio de él por doquier, cerca y lejos, ante amigos y enemigos.
Es decir, les confía él una tarea. Pues les pide que vayan y hagan discípulos de todos los pueblos. Y los bautizarán en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Los enseñarán a guardar todo lo que él les ha mandado.
La aclaración da a entender que él y sus seguidores no piensan en la misma cosa. Promueven el nacionalismo. Y es por eso que se preocupan por levantar de nuevo el reino de Israel. ¡Que se vaya, pues, el rey títere! Lo que quiere decir que buscan excluir y aun expulsar a los romanos. Y odian con pasión el culto pagano y la mezcolanza de creencias de Samaria. Y, ¡ay de los inmundos!
Jesús, en cambio, se desvive por levantar y edificar y difundir el reino de Dios. No descansa hasta que el derecho es el poder en la tierra. Desea la libertad para los cautivos y los opromidos, para todos. No juzga, sino salva.
Es por eso que recorre él Galilea y anuncia la Buena Nueva a los pobres. Busca, acoge y perdona a los perdidos. Sana y hace más digna y humana la vida. Y es también por eso que a los discípulos se les remite a Galilea.
Sí, el Espiritu Santo tendrá que levantar a los discípulos. Les faltan la unción del Espíritu, su fuerza, su sabiduría, su revelaciónv y su luz. Y pronto las tendrán.
Y nosotros, ¿no nos hemos de levantar para estar en el mismo plano que Jesús?
¿No fijamos los ojos en la tierra? ¿No nos cuesta el levantar la mirada al cielo? Tal vez nos interesen más nuestros negocios que los de Jesús (SV.ES III:489).
Y a los pesados o insoportables se nos hace bien difícil subir al mismo plano que él. Pero desnudos, nos podremos levantar. Las preocupaciones también nos llevan a no oirlo. Y agobian su palabra.
Cierto, apenas evitamos preocuparnos y desconfiar de nuestra fuerza. Pero las preocupaciones y la desconfianza nos deben llevar aún más a confiar en Dios (SV.ES III:124), pues él es la Bondad y el Amor que Jesús encarna.
Y ser testigos de él supone la comunión (véase Hch 10, 41), para así incorporarnos a este alimento.
Señor Jesús, volverás como te vemos ir al cielo. Recuérdanos siempre que, como te vemos padecer para entrar así en tu gloria, también así debemos padecer por hacer el bien. Por levantar a los pobres. Y sí, antes de que vuelvas para levantarnos.
24 Mayo 2020
Ascensión del Señor (A)
Hch 1, 1-11; Ef 1, 17-23; Mt 28, 16-20
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