En estos extraños tiempos en los que una nueva plaga golpea a la humanidad, recordé un versículo de la Biblia que dice: «pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Cor 12,10). El recuerdo me vino precisamente cuando estaba reflexionando sobre nuestros ancianos, hombres y mujeresm que se enfrentan al nuevo coronavirus.
Me explico: no es raro encontrarnos con discursos que adolecen de una cierta «liberación de los escrúpulos». Uno de ellos muestra un cierto desdén por el riesgo de muerte de nuestra población de edad avanzada, como si fuera aceptable hacer una evaluación de que la muerte de nuestra población de edad avanzada no debería considerarse «tan grave». Y, por eso, podría considerarse una flexibilización de las medidas de aislamiento y distanciamiento social en favor de la economía y los jóvenes.
Dentro de este discurso sin escrúpulos, como he señalado, existe una lógica perversa, según la cual los ancianos no son productivos para el mercado, por lo que su desaparición sería menos perjudicial para la sociedad. Además, algunos dicen, banalizando, que «la vejez ya es muy vulnerable de por sí».
Sí, los ancianos son más vulnerables. Físicamente. Porque tienen un cuerpo que lleva marcas, pesos y daños, mérito de los que han vivido lo suficiente y, especialmente, de los que han sobrevivido lo suficiente. Pero necesitamos considerar nuestros prejuicios para reconocer que la vejez no es sólo vulnerabilidad.
Precisamente, por el camino de la vida, por el trásito —que es costoso— de los días, años, décadas, ellos tienen algo precioso a su favor (y al nuestro): la resiliencia.
La resiliencia es un concepto que tomamos prestado de la física, y que precisamente habla de la capacidad de un sujeto a hacer frente a las situaciones más adversas, a superar problemas y dificultades y, aún más que eso: a reaccionar positivamente a ellos, sin entrar en conflicto psicológico.
Aquellos que pasan por la vida y llegan a la vejez, ciertamente han desarrollado su propia resiliencia, como una estrategia de supervivencia y como un instrumento de apoyo para enfrentar, hábilmente, nuevos comienzos. No sólo su propio nuevo comienzo, sino también el de un colectivo, de una comunidad.
En estos tiempos, cuando la realidad se presenta con esta cara horripilante de una pandemia y nos obliga a nuevas formas de funcionamiento social, que nos hace frágiles (sin distinción) y con muchas incertidumbres sobre el futuro, son los ancianos los que mejor pueden ofrecernos la fortaleza de resiliencia que necesitamos para atravesar los días y tener esperanza en el futuro.
Nuestros mayores son brújulas que apuntan a la vida, reconectando el tiempo pasado y el futuro, guiándonos a la esperanza, la sabiduría y la fortalezaa, para que podamos seguir vivos a pesar de nuestros miedos. De su transmisión vendrá nuestro futuro. ¡Con ellos, nunca sin ellos!
Nathália Meneghine,
profesora y psicóloga.
Fuente: https://www.ssvpbrasil.org.br/
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