Centro de todo nuestro ser y nuestra vida

por | Abr 30, 2020 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 Comentarios

Jesús es nuestra sola puerta. Y nadie debe estar más en el centro de nuestra vida que él.

El pastor es el centro de atención de las ovejas. Es que él es quien las guía. Él determina cuándo sacarlas fuera, y luego camina delante de ellas.

No extraña entonces que las ovejas conozcan su voz y la atiendan al llamarlas él por su nombre. Tampoco sorprende que desconozcan la voz de los que no entran por la puerta.

Esa misma intimidad, sintonía y confianza son rasgos de Jesús y los verdaderamente suyos. Nadie está más en el centro de su vida que él. Y con razón lo ponen en el centro.

No solo es el único Pastor. Es también el solo Maestro. Su enseñanza, que no es suya, sino del que lo envió, deja estupefactos a todos (Mc 1, 27; Jn 7, 16).

Además, él es el solo Salvador, a quien Dios ha constituido Señor y Mesías. Por eso, «no hay salvación en ningún otro» (Hch 4, 12). Sí, él es el solo mediador (2 Tim 2, 5); nadie va al Padre, sino por él (Jn 14, 6).

En otras palabras, Jesús es la puerta, y cuantos entren por él se salvarán. No caerán presa del codicioso que les chupe la sangre. Y podrán entrar para estar salvos en su baluarte, y salir para alimentarse.

Nos es imprescindible Jesucristo; es preciso que se quede él en el centro.

«Jesucristo es nuestro padre, nuestra madre y nuestro todo» (SV.ES V:511) resume tal imprescindibilidad. Es el padre que nos guarda como a las niñas de sus ojos y nos esconde a la sombra de sus alas (Sal 17, 8). Asimismo, es más madre que la que no olvida al niño que amamanta (Is 49, 15).

Él es el padre y la madre quienes son idénticos e íntimos con sus hijos. Y es nuestro todo: alimento, alivio en el agobio, paz, sabiduría y poder, inicio y fin de nuestra fe. Es también el camino, la verdad, la vida, y la regla de la Misión (SV.ES XI:429).

La necesidad absoluta que tenemos de él y su amor insondable nos apremian, sí, a ponerlo en el centro. Nos empujan a conocer más sus palabras y obras. A hablar de ellas en casa, en el camino, acostados y levantados. Pero poco nos cuesta conocer y hablar.

Lo que cuesta es seguir sus huellas y conformarnos a su manera de vivir. Y hacer nuestra su misión de contagiar paz, aliviar el sufrimiento, curar la vida y anunciar el Evangelio (Todo o nada). Hasta morir con él en las periferias (Heb 13, 12).

Señor Jesús, haz que seas tú el centro de atención de los que nos sentamos a tu mesa. Concédenos fijarnos a la vez en lo que nos pones delante para luego prepararte, a nuestra vez, algo semejante (san Agustín).

3 Mayo 2020
4º Domingo de Pascua (A)
Hch 2, 14a. 36-41; 1 Pd 2, 20b-25; Jn 10, 1-10

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