Me gustaría compartir con ustedes algunos datos que, seguramente, todos conocemos:
Hemos cumplido más de 40 días de aislamiento o cuarentena.
Hemos sido, de una manera u otra, testigos de una tragedia que nunca imaginamos y nunca se irá de nuestra memoria: comenzando por Italia, los infectados por el nuevo coronavirus son más de 175.925 de los cuales 23.227 han fallecido, aunque, la buena noticia viene de los 44.927 que se han curado.
A estos datos debemos añadir los de todas las demás naciones del mundo, aunque a estas alturas, se convertiría en una simple estadística de un trágico momento histórico. Sin embargo, para nosotros no son solo un número porcentual, sino que son personas que han tenido una historia, una familia una realidad concreta y, ahora o nos han dejado o se encuentran luchando por sobrevivir a la enfermedad.
En estas semanas nosotros en la Curia General, como casi toda la población mundial, seguimos confinados, para curarnos y para protegernos. Eso es algo que sabemos con certeza. Antes o después saldremos a la calle y recuperaremos “la normalidad”. Esta vuelta a la normalidad no será igual a como era antes, es decir, no será como cuando lo dejamos todo hace más de un mes.
No quiero ser un “mensajero de malos presagios” pero, debemos asumir, que no encontraremos la misma realidad: faltarán amigos, familiares e, incluso, cohermanos y hermanas o miembros de la Familia Vicentina; encontraremos personas que sufren el duelo de la partida de sus seres queridos, a los cuales, no han podido darles su último adiós; encontraremos pobres más pobres, encontraremos comunidades y provincias, que ya sufrían de antemano la pobreza, más necesitadas ya que la caída económica es inminente. Sin embargo, no solo se trata de esto.
Encontraremos personas más solidarias que no son indiferentes y que han aprendido a conocer el sufrimiento de la soledad. Que han convivido con la necesidad, con la angustia y el dolor de los demás. Encontraremos familias que han aprendido que la Iglesia no está constituida por el templo o por sacerdotes, obispos y monjas, si no que cada bautizado forma parte de la misma y que pueden celebrar la Palabra en su propio pequeño núcleo; encontraremos personas que han descubierto que se puede ser Iglesia en cada hogar. Que son Iglesia doméstica. Quizá sea esto el fin del clericalismo que el Papa Francisco ha denunciado en varias ocasiones.
Encontraremos una realidad que puede aportar cosas positivas como negativas: encontraremos una sociedad más tecnologizada, con muchas familias que ha tenido que incorporar unos medios no tan usados anteriormente y necesarios para llevar a cabo la vida cotidiana. Después de más de 40 días de aislamiento, encontraremos un mundo totalmente cambiado. Este ha sido un tiempo propicio para la reflexión, vienen a mi mente muchas preguntas: cómo podremos actuar en este futuro próximo, cómo desarrollaremos nuestra misión, sobre todo, como cohermano que formo parte de la comunidad de la Curia General.
Realmente no lo sé, a veces el futuro es un poco incierto. Lo que sí sé es que no volveremos al mismo mundo que dejamos atrás; y que depende de cómo cada uno de nosotros ha vivido este momento, podrá ser la manera como vivirá el futuro más próximo. Este confinamiento ha hecho que celebremos juntos la Pascua, usualmente en esta época, cada uno tenía otros compromisos, hemos tenido tiempo para reflexionar o pensar. En el Evangelio de estos días hemos escuchado la invitación del resucitado: “Paz a vosotros”, aunque para muchos ha sido difícil pensar o aceptar la Palabra, y sin embargo, es como si nos hablara a cada uno de nosotros y nos dijera eso mismo: “Paz a vosotros”. Es por eso que pienso que delante de tanto sufrimiento somos enviados a llevar esta paz a todos.
El Papa Francisco ha escrito un “Plan para resucitar”, una meditación publicada en la revista española Vida Nueva en el cual dice que en el Evangelio de Mateo, el resucitado invita a las mujeres a la alegría, y añade que la invitación a la alegría, en estos días, puede parecer una provocación y una broma de mal gusto, pero, continúa el Papa, es el resucitado el que quiere resucitar a una vida nueva, ya sea en las mujeres que en toda la humanidad. Además, afirma el Pontífice, que el Señor, con su novedad, puede renovar siempre nuestra vida y nuestra comunidad.
El Papa nos ofrece varias sugerencias para afrontar el futuro. Les comparto algunas de ellas:
- Es el soplo del Espíritu que abre horizontes, despierta la creatividad y nos renueva en fraternidad para decir presentes o aquí estoy ante la enorme e impostergable tarea que nos espera.
- Este es el tiempo propicio de animarnos a una nueva imaginación de lo posible con el realismo que solo el Evangelio nos puede proporcionar.
- No podemos escribir la historia presente o futura de espaldas al sufrimiento de tantos.
- La globalización de la indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro caminar… Ojalá nos encuentre con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad, la solidaridad.
- NO tengamos miedo de vivir la alternativa de la civilización del amor: “que es una civilización de la esperanza: contra la angustia y el miedo, la tristeza y el desaliento, la pasividad y el cansancio.
Quiero finalizar esta reflexión, con las palabras de un periodista español, Carlos Candel, quien afrima: “Podemos seguir mirando para otro lado, como lo hemos hecho hasta ahora, podemos seguir queriendo “volver a la normalidad”, pensar que la Covid-19 es una pequeña anomalía en nuestro camino. Lo que no hemos comprendido es que eso ya no es posible. […]. Por eso, me gustaría que no volviéramos a la normalidad, que no cayéramos en el fatalismo de que no se puede hacer nada, de que ya está todo decidido. Puede que así sea, pero me resisto a ello. Y una vida distinta, una vida que garantice nuestra supervivencia de verdad, que ponga por delante el bienestar de las personas y el cuidado mutuo a la acumulación de capital, que apueste por la Naturaleza y no la destrucciónn de ésta, no tiene por qué ser peor que la normalidad que vivíamos antes del confinamiento. Lancemonos al futuro, pensando que ahora más que nunca el amor que nos mueve debe ser creativo, hasta el infinito.
Jorge Luis Rodríguez B., CM
Oficina de Comunicación de la Congregación de la Misión
Fuente: https://cmglobal.org/
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